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El idioma del mexicano.

Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos lleva a exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de la Chingada!  -Octavio Paz, El laberinto de la soledad.
Decir malas palabras, ha sido, desde tiempos muy remotos, una manera de expresarse para el ser humano, pero sobre todo para el mexicano.
Desde pequeños aprendimos y crecimos con palabras “anti sonantes”, ya fuese dentro de nuestro hogar o con conocidos, vecinos y/o amigos, pero todos, de una u otra manera hemos escuchado palabrotas, maldiciones, injurias, etc. Para muchos ha sido tema de conversación, ya sea por lo malo que ven en ello, o por la práctica común de este tipo de lingüística.
Sin importar el nivel socioeconómico, edad o género, las palabrotas han estado presentes en nuestras vidas, porque nunca se va a comparar un ¡Lo logré!, con un ¡A webo!
Hay quienes han satanizado el emplear este tipo de palabras en nuestra vida diaria, mezclando temas como sexo, religión, grupos sociales, etc. Lo que si es cierto, es que existe un cierto tabú acerca de su práctica.  Solamente cuando sentimos que estamos seguros y solos podemos expresar barbarie y media. Por ejemplo, en ciudades pequeñas, se cree que quienes no hablan de dicha manera pueden considerarse mejores personas, o personas más correctas, más respetables y qué decir de las damas, escucharlas de labios de una mujer, ¿qué va a decir la sociedad?
Existe gran incongruencia entonces, porque cuando los niños empiezan a hablar y mencionan palabrotas, son vistas como una gracia y hasta son aplaudidas, ah pero eso sí, en cuanto crece le dicen que no puede hablar así, que no es correcto y por supuesto que ya no es gracioso.
Estudios han determinado que el empleo y uso de las malas palabras, sirve para expresar emociones tanto positivas como negativas, para darle énfasis a un mensaje, para reafirmarte como miembro de algún grupo y, en menor medida, para agredir; cuando lo que se piensa es todo lo contrario, que quienes hablan así lo hacen para dañar a alguien siempre.
La experta en ciencias de la información, Na Wang, determinó cuatro motivos por los que usamos las malas palabras:
Para expresar un estado emocional.
¿De dónde eres, güey?
De San Pedro de las Colonias.
¡No mames! ¡Yo también!
*No mames no es agresivo, sino que indica alegría y sorpresa.
2.    Para enfatizar la importancia o la carga emocional de un mensaje.
–      No es lo mismo decir: Hace mucho calor… a decir… ¡Hace un pinche calor!

Para identificarse como miembro de un grupo y establecer la solidaridad entre los integrantes del mismo.
¿Cómo te fue en el examen?
Saqué 95.
¡Ahora sí, pendejo, te pasaste güey!

Como agresión.
¡Vete a la chingada!
Que esta parte es la que la mayoría conocemos, la palabra chingada como dijo Octavio Paz, es parte ya de la cultura del mexicano, y a través de ella se expresan misterios que envuelven al ser que habita dentro de nuestra falible sociedad.
Otro de los usos que se le ha encontrado a decir palabrotas, es como un bálsamo para el dolor, lo cual comprueba que existe una relación entre decir groserías y externar nuestras emociones.
Hace tiempo acudí con un terapeuta y como terapia me pidió que cada vez que me enojara dijera una palabrota, así fuera pegarme con la silla, tenía que decir p… %$&# silla, porque no solo debía decirla por hablar, sino que necesitaba canalizar ahí toda mi furia y frustración. No sé si aprendí a canalizar o no mis enojos, pero de lo que sí estoy segura es de que sentía un gran alivio cada vez que mandaba todo a la chingada, y que por supuesto, mi vocabulario se amplió significativamente.
Muchos dicen palabrotas porque así crecieron, otros porque forma parte de su vocabulario y vida cotidiana, y otros tantos no las dicen pero están que se mueren por hacerlo y prefieren reservarse el derecho a ser juzgados por la sociedad puritana y punitiva en la que vivimos. Y con esto no quiero ofender a nadie, pero lo evidente no se puede ocultar a simple vista.
No estoy a favor, ni en contra de decir groserías, creo que eso es decisión y responsabilidad de quien las dice. Lo que sí puedo decir es que hay una gran diferencia entre decir groserías, a pasarse de vulgar y denigrar a otros o así mismo/a. Y sobre todo, que cada quien le da el significado que quiere a las palabras que escucha de los demás, el utilizar palabrotas no denota más o menos conocimientos, porque dudo mucho que Octavio Paz sea un neófito que no sabe de lo que habla y escribió un ensayo completo sobre este tema.
La vida del mexicano se resume, según Octavio Paz, en «chingar» y «ser chingado». La palabra «chingar» tiene múltiples acepciones. Es «una voz mágica. Basta cambiar de tono, una inflexión apenas para que el sentido varíe». Así podemos utilizar los términos: chingón, chingaquedito, chingadera, chingada, chingar, chingarse, chingoncito
En conclusión, hablar pendejadas –o escribirlas-, en mi caso- puede, a veces, tener sus beneficios.
Y para qué son las alas, sino más que para volar…