La educación es agente de la libertad y promotora de la igualdad
entre los individuos; fortalece una sociedad y coacciona a favor del desarrollo
de una nación. Dice un rector de plano nacional: ‘La educación no resuelve
todo, sin ella no se resuelve nada’.
Ante tal premisa, desde su estipulación como derecho
constitucional la educación ha evolucionado favorablemente en algunos aspectos
de gran importancia, como la cobertura y la disminución de su rezago; hoy, éste
antecedente permite que los gobiernos puedan legislar propositivamente para su
perfectibilidad, aunque eso no signifique que así se haya hecho. Las formas de
elevar su calidad ha propiciado un continuo debate sin conclusión aparente. En
este amplio espacio de opiniones, cabe señalar los paradigmas de la educación
actual, sus utopías, así como las realidades tangibles.
La educación del presente, intenta responder de diversas y
multifuncionales formas posibles a la globalización y, a la cada vez mayor,
inclusión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC’s); habrá
quien quizá subjetivamente, más no inequívoca, refiera a la economía mundial o
nacional las partituras de la educación, habrá críticos disfrazados de
analíticos (entiéndase ‘disfrazados de analíticos’ a Denise Dresser, Carlos
Loret, y otros cuantos) que asuman que es «la creación de ciudadanos
apáticos, entrenados para obedecer en vez de actuar, educados para memorizar en
vez de cuestionar, entrenados para aceptar los problemas del país en vez de
preguntarse cómo resolverlos»; el mensaje implícito en la currícula
educativa.
Todas las concepciones son válidas y las estadísticas muy
ambiguas. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) en su informe acerca del estado de la educación alrededor del
mundo, para el año 2010 respecto de México las estadísticas son todo menos
favorables. Con una inversión de solo el 6% del Producto Interno Bruto (PIB) el
país tiene las peores condiciones sanitarias y educativas de los treinta países
que conforman la OCDE.

Nuestro país es el segundo con mayor índice de pobreza infantil a
pesar de que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estipula
que ocho de cada diez pesos del gasto se deben destinar a la educación; la
realidad es que, según el informe, México tiene los peores resultados en cuanto
a logros educativos,y gran parte de la responsabilidad, radica en las precarias
condiciones que predomina en el espacio de trabajo de los profesores y más
importante aún, del aprendizaje de los estudiantes.

Surge entonces, una cuestión fundamental, cuya respuesta ha
propiciado una incesante búsqueda en las diversas instituciones implicadas:
¿cómo elevar la educación? ¿es la actual reforma educativa (bien o mal llamada
reforma laboral) el detonante para tener una educación de calidad? 

No se puede conjeturar que una reforma pueda solventar la
solución educativa de México. Un aprendizaje fundamental de las reformas
nacionales ejercidas es que, los cambios educativos no se producen por sí
solos, se necesitan otras transformaciones, en la sociedad, en la economía y en
la cultura para que tales implementaciones educativas ejerzan el resultado
planteado. Y aún más, habrá que analizar qué tanto de ‘educativa’ tiene la
reforma. Es decir, cuales son las implicaciones pedagógicas, qué incidencia
tiene en beneficio de la infraestructura de cada escuela del país.

Hay que recordar que una verdadera reforma solo puede llegar a
tener éxito por medio del principal agente educativo después del alumno, es
decir, el maestro. Un docente preparado, motivado y respaldado produce mejores
resultados que uno amenazado, condicionado y lleno de incertidumbre.

Predecir resulta imposible, prever es pretencioso, y planear
incierto. Habrá que esperar entonces, hacia dónde se dirige la perspectiva
educativa nacional… el tiempo dará la razón a quien la tenga. 
EDGAR EDUARDO GARCÍA HERNÁNDEZ
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