MONTERREY, NL 30-Mar-2024 .-No cualquiera es capaz de interpretar a un personaje como Jesús y eso lo sabe Juan Duarte quien, por segunda ocasión, fue caracterizado ayer como el pilar de la fe cristiana en el viacrucis de la Basílica de Guadalupe, en la Colonia Independencia.
El devoto, de 29 años, admitirá más tarde que comprendió la pasión de Cristo una vez que lo encarnó el año pasado.
La multitud, entre niños, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, contempla a Jesús, que avanza a paso lento entre el tamborileo, los centuriones, los fariseos y el pueblo, unos, que exigen la crucifixión, y otro, que suplica piedad.
Son las 17:30 horas. El Sol molesta a los curiosos que atestiguan la escena cruel y la graban con celulares: un hombre ensangrentado, con el cabello revuelto, latigado y jaloneado por guardias.
«¡Crucifiquen, crucifiquen!», gritan enardecidos primero ante Caifás, después frente Poncio Pilatos, luego con Herodes y de vuelta con el procurador romano.
Sólo unas voces infantiles, que no pertenecían a la representación, rompen el momento: «¡Dejen a Jesús, dejen a Jesús!».
Pero la suerte está echada y la condena se hace efectiva.
En este viacrucis 48 de la basílica guadalupana no hay golpes de verdad para Juan, administrativo de una empresa, o para Jesús, el carpintero y profeta: sólo es real el sudor que bate el maquillaje y el cansancio que se acumule en el camino al Calvario.
Al calor de su compromiso y entrega con su dogma, quienes cuidan el orden vociferan, corren de un lado a otro y dan instrucciones a quienes llevan la soga que hace de línea separadora entre la gente y los actores.
Cristo cae tres veces. La coordinadora del viacrucis, Teresita Estrada, aprovecha para dar indicaciones con el micrófono inalámbrico que cuelga de su camiseta. «Todo pasa en una Semana», reza la frase sobre su pecho.
Los centuriones, que azotaban a Juan con cuerdas de piel, ahora le dan de beber agua embotellada, helada. Le acomodan el cabello y la corona de espinas. Le limpian los ojos enrojecidos por el maquillaje morado que ya le ha escurrido.
Entre el gentío, hay señoras que lloran, ancianas que vuelven su rostro para no ver los golpes, hombres impávidos y niños sonrientes que comen mangonada.
María llora a su hijo. Porta una aureola plateada y va acompañada de María Magdalena y del discípulo Juan.
El rol de la Virgen lo interpreta por sexta ocasión Guadalupe Quintero, de 60 años. Su esposo, Francisco Guardiola, actúa de fariseo desde hace 11 años.
En la procesión, ella, que no tuvo hijos con Francisco, llora en verdad, y su rostro enrojece.
El Sol está a punto de ocultarse. Jesús está en la cruz rodeado de ladrones: uno acepta su culpa, el otro maldice.
El elenco, vestido con túnicas de todos los colores, está a los pies de la estatua de Juan Pablo II en el estacionamiento del templo. El viento arrecia.
Escalinatas abajo, entre autos estacionados, los curiosos sostienen sus celulares, quietos, sin decir palabra ante la agonía.
La gente observa los últimos suspiros del Cristo, el llanto de María, el arrepentimiento de los centuriones y oye la tormenta que cae después de su fallecimiento.
El camino al Calvario ha terminado. La noche se acerca.