El 17 de marzo, y lamentablemente pocos mexicanos lo saben, se celebra el Día de San
Patricio. Es una festividad irlandesa para conmemorar la muerte de su santo patrón y la
fundación de su República; es como el equivalente a nuestro Día de la Independencia.
Dada la diáspora irlandesa, se celebra en muchas partes del mundo. Coincidentemente,
estuve ese día en Estados Unidos y me sorprendió la gran cantidad de personas portando
un sombrero verde, mujeres usando una playera con un trébol o varones vistiendo la
elegante falda celta.
¿Y por qué lamento nuestro desinterés por esa fecha? Porque nosotros tenemos una
deuda de honor con los irlandeses.
Ante el rechazo de la anexión de Texas a Estados Unidos por parte de México, el
ambicioso gobierno del presidente Polk encontró en 1846 la excusa perfecta para invadir
nuestra patria y apropiarse de más de la mitad del país. Inventó una invasión a lo que
ahora es Brownsville, Texas, en la que murieron un puñado de norteamericanos, y declaró
la guerra a nuestra incipiente nación.
Al ser testigos de las violaciones de mujeres y niños, de la matanza de civiles y de lo
injusto de la expedición, medio centenar de irlandeses, comandados por el teniente John
O´Reilly desertaron del ejército norteamericano para abrazar la causa mexicana. Era, y lo
sabían de antemano, una misión suicida dada la superioridad numérica y armamentista
del invasor, la desorganización castrense, la inestabilidad política y la inexperiencia de las
autoridades mexicanas.
Pero, finalmente, tenían más cosas en común con México: el padecimiento del maltrato
racista y xenofóbico, una historia de pobreza y exclusión, la profesión de la religión
católica y, sobre todo, la razón.
El regimiento fue bautizado como el Batallón de San Patricio, que engrosó rápido sus filas
con otros voluntarios extranjeros. Su certera artillería jugó un rol importante en la defensa
de Monterrey, en la Batalla de La Angostura, en el enfrentamiento de Cerro Gordo y en la
resistencia del Convento de Churubusco, cuyos sobrevivientes fueron apresados,
sentenciados y, días después, ejecutados, justo en el momento en el que nuestros “Niños
Héroes” eran masacrados y la bandera de las barras y las estrellas ondeaba en el Castillo
de Chapultepec.
Hace apenas unas décadas el nombre del Batallón se inscribió con letras de oro en la
Cámara de Diputados, y hay dos monumentos en su honor. Pero podríamos saldar mejor
nuestra deuda si cada 17 de marzo también compartiéramos la celebración de San
Patricio. Después de todo, nuestro compromiso histórico con ese pueblo debe ser mayor,

pues en una de las etapas más desdichada de México no dudaron ni un instante para
ofrendarnos sus vidas.

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