Cada vez que llevo de paseo a mi familia y se nos atraviesa una juguetería, la inevitable
insistencia de mis pequeños hijos termina siempre por convencerme de entrar en ella. Y la
razón de su perseverancia no es otra que sentarse durante horas en la sala de los legos,
pequeños cuadritos de plástico que permiten dar forma a la imaginación infantil.
Hace años visité la única planta de “Lego Group A/S” en el continente americano, ubicada
en Ciénega de Flores, Nuevo León. Nos recibió un “Darth Vader” construido por millares
de bloques negros y los directivos nos obsequiaron monitos con sus datos personales, a
manera de tarjetas de presentación.
Durante el recorrido por las instalaciones fuimos testigos de un alegre ambiente laboral,
procesos sofisticados y tecnología de punta, todo envuelto por un halo mágico de
misticismo, ese que nos lleva al pasado y despierta al niño que todos llevamos dentro.
Lego es una empresa danesa cuyos orígenes se remontan a una carpintería familiar creada
hace exactamente un siglo. Desde entonces se ha ido adaptando a los tiempos y a las
circunstancias. Quizá su momento más crítico fue a principio de los 80´s, cuando venció su
patente y entraron al mercado feroces competidores.
La empresa apostó por la inversión en investigación y desarrollo. Tuvo algunos aciertos y
dolorosos fracasos, hasta que, finalmente, privilegiaron la modernidad, la apertura y las
alianzas estratégicas con empresas como “Warner Bros”. En 2015, Lego desplazó a
“Mattel” como la empresa lúdica número uno en ventas a nivel mundial.
Independientemente de lo innovador y acertado de su estrategia, y lo afortunado de sus
diseños, siempre pensé que debía haber una razón adicional al éxito de la compañía. Que
los niños dejen los dispositivos electrónicos y los video juegos de lado en pos de un
juguete tan rudimentario, no es poco mérito.
Y me topé con la respuesta en el libro “El mundo de Sofía”, del noruego Jostein Gaarder.
A pregunta expresa de “¿por qué el lego es el juguete más genial del mundo?”, el escritor
retrocede casi 2,500 años para citar a Demócrito, quien manifestó que todo está
construido por piezas pequeñas, indivisibles, eternas e invisibles, a las que llamó átomos.
Estos ladrillos de la Naturaleza se ensamblan para dar forma y vida, y se separan con los
cambios y la muerte, listos para volverse a juntar. Esa es la magia y la maravilla de los
legos: evocan la esencia constructora del ser humano contenida en la información
genética, conectan a nuestros hijos con sus orígenes y estimulan su creatividad e
inventiva.
Y todo esto mediante un divertido y entretenido juego que no pasa ni pasará de moda.

Por