Por Manuel Zogbi
Hace unos días estaba platicando con mi hija, que estaba a punto de cumplir 18 años. Su mamá y yo le habíamos organizado su fiesta, y ya sabes cómo es eso: emoción, nervios, pleitos por los detalles, discusiones sobre el vestido, la música, el lugar, los invitados… hasta que un día, entre tanta tensión, su mamá le dijo: —No te mereces esta fiesta. Horas después mi hija llegó conmigo, encabronada, frustrada, y me suelta: —¡Es que mi mamá me dijo que no me la merezco! Y yo, sin pensarlo, le contesté: —¡Ah, chinga! Pues sí, tiene razón: no te la mereces. Me vio con una cara entre sorprendida y ofendida. No esperaba eso. —¿Cómo que no? —me dijo. —Pues no. Las fiestas no se merecen. Las fiestas se festejan. Ahí se quedó callada. Y seguí: —Las cosas que uno se merece son las que uno trabaja. Claro que tú participaste en elegir tu vestido, tus invitados y algunos detalles, pero la fiesta no la hiciste tú, te la hicimos porque te amamos, no porque te la ganaste. Y lo entendió. Porque ese era el punto: una fiesta no es un premio, es una celebración. Las cosas que uno se gana son las que implican esfuerzo, compromiso, disciplina. Lo demás son regalos, gestos o —si lo quieres ver así— el resultado de una serie de probabilidades que se alinearon a tu favor. Pero no es “suerte”, es pura estadística: si haces más de lo correcto, tienes más posibilidad de que las cosas salgan bien… y si la cagas, pues claro que también te vas a merecer unos putazos. Vivimos en una generación donde el “me lo merezco” se convirtió en mantra. “Me merezco un viaje.” “Me merezco un descanso.” “Me merezco que me quieran.” “Me merezco que me vaya bien.” Y ojo: si has trabajado por eso, si te lo has ganado a punta de madrazos, disciplina y constancia, claro que te lo mereces. Y pongo otro punto: si estudiaste y te partiste la madre para un examen y además respondiste correctamente el examen, mereces la calificación. Pero si no hay acción detrás, solo deseo o queja, entonces no es merecimiento, es autoengaño. No basta con repetir la frase frente al espejo esperando que el universo te deposite algo en la cuenta. Todos tenemos derechos humanos básicos: salud, respeto, educación, libertad, cuidado, dignidad. Pero eso no se “merece”, eso te corresponde por ser persona. Lo otro —lo que implica logro— se gana. Si trabajé con dedicación, merezco que me paguen bien. Si cumplí con mi parte, merezco que me cumplan. Pero si solo “fui buena persona”, “tuve buena vibra” o “sufrí mucho”, eso no me da derecho a que el mundo me premie. La vida no funciona con puntos de compasión. Y eso es lo cabrón: confundimos el deber ser con el mérito. Ser un buen hijo, un buen amigo, un buen ciudadano, no te hace merecedor de privilegios; te hace una persona funcional. Es lo mínimo indispensable para que la sociedad no se caiga a pedazos. Si yo entrara a una tienda y le dijera al cajero: —Oiga, soy un excelente papá y un violinista disciplinado, ¿me merezco que me regale una coca? Me vería con cara de “¿qué pedo con este wey?”. Y tendría razón. Porque para merecerme esa coca, tengo que pagarla. Y para pagarla, tengo que haber trabajado. Ahí está el orden natural de las cosas. Pero ahora todo es “me lo merezco”. Como si la vida fuera un papá culposo que tiene que premiarnos por existir. Y no, mi hermano y mi hermana que me lees, la vida no te debe ni madres. No te promete justicia, ni equilibrio, ni recompensas automáticas. Pero sí te da una herramienta: la posibilidad de ganarte las cosas. Y ese “ganarte” algo no tiene que ser material. También aplica en lo emocional. Si quiero que me respeten, tengo que respetar. Si quiero amor, tengo que aprender a darlo. Si quiero paz, tengo que construirla. Si quiero una fiesta, pues mínimo agradecerla, no sentir que me la deben.
Así que cuando mi hija me dijo “me lo merezco”, no la regañé, pero sí le moví el piso. Porque la vida está llena de gente creyendo que se merece cosas que nunca ha construido. Y eso, al final, genera frustración, porque esperas recompensas de un sistema que no te las debe. La vida no te debe nada, pero puedes ganarte todo.






