Por Sergio Saúl Soto Azúa

Sin duda, el Rodeo Saltillo 2025 fue un éxito rotundo. Superó cualquier expectativa. Desde que el Gobierno del Estado decidió asumir por completo la organización del evento, el resultado se notó en cada detalle: una mejor logística, una imagen cuidada, una promoción constante y un ambiente que devolvió el orgullo a la capital coahuilense.

Se esperaban 60 mil asistentes y llegaron cerca de 85 mil. Vinieron familias de todo el país, hubo jinetes de primera línea, música en vivo, ganaderías importantes y una derrama económica que superó los 40 millones de pesos. Saltillo volvió a ser la capital del rodeo, aunque fuera por unos días.

Pero lo que no se dijo del Rodeo Saltillo es que el éxito fue tan grande que, por momentos, rozó el descontrol. A ciertas horas de la noche era imposible caminar. Las filas eran interminables, el polvo se levantaba con el paso de la gente, el calor era sofocante y la salida, incierta. Por fortuna no hubo incidentes, pero bastaba una chispa —un conato de incendio, una riña o una falla eléctrica— para que la fiesta se convirtiera en caos.

El éxito no se discute, pero el exceso de confianza sí debe revisarse. Cuando se reúnen 85 mil personas, no basta con entusiasmo político. Se necesita planeación, seguridad y, sobre todo, infraestructura. Las calles que rodean la feria siguen siendo de tierra; el pavimento, el drenaje y los accesos permanecen pendientes. Y si hubo tanta derrama económica, la pregunta lógica es: ¿qué se hará con lo recaudado?

El gobernador Manolo Jiménez presentó el proyecto del nuevo Centro de Convenciones de Saltillo, un paso firme hacia el futuro. Pero mientras llega, seguimos improvisando con espacios saturados y vialidades sin orden.

Además, hay un punto poco comentado: el gobierno absorbió toda la operación. Desde la logística hasta la mano de obra. Todo corrió a cuenta de empleados del Estado. La nómina también trabajó en el rodeo. Ahorro admirable, sí, pero también un reflejo de cómo el gobierno termina siendo productor, empresario, promotor y operador… todo al mismo tiempo.

Y aquí va una anécdota que vale por una sonrisa. Desde Periódico Acceso y Acceso TV pedimos cortesías para promover el evento en nuestros espacios. Agradezco al jefe de Gabinete, Blas Flores, que muy amablemente nos envió seis boletos de 150 pesos, de entrada general. Muy atentos. Pero, siendo sinceros, nos dio pena regalar eso, así que compramos cuatro boletos VIP y los obsequiamos nosotros. Porque si íbamos a invitar a la gente a vivir el Rodeo Saltillo, queríamos que vivieran el Rodeo Saltillo… no la fila.
(Gracias por el detalle, Blas. La próxima, aunque sean tres boletos, que se note el cariño.)

Esa anécdota no es reclamo, es retrato. Los detalles hablan. El evento fue un éxito, pero si queremos llegar al nivel del Rodeo de Houston o del de Barretos, Brasil, necesitamos más que entusiasmo: infraestructura, visión y cultura.

En eso, hay que reconocerlo, Manolo Jiménez y Javier Díaz están empujando fuerte. Pero si queremos pasar de una fiesta a una tradición internacional, tenemos que invertir en espacios a la altura del público.

Y aquí una reflexión inevitable: si ya organizamos el rodeo más importante del norte, si ya vamos por un centro de convenciones, ¿por qué seguimos sin tener un estadio digno?
Un estadio moderno, funcional, que sirva para fútbol, béisbol, conciertos, ferias o atletismo. Saltillo lo merece. No como lujo, sino como motor económico, cultural y de identidad.

El Rodeo Saltillo fue un espejo. Reflejó lo que somos: trabajadores, alegres, orgullosos… pero también conformistas cuando algo “sale bien”. No basta con llenar los espacios; hay que llenarlos de visión.

Y esta no es una crítica para molestar a nadie. Es una reflexión para quienes toman decisiones. Recordar que el éxito sin planeación es suerte, y la suerte no dura dos años seguidos.

Hoy, que el polvo del rodeo ya se asentó, queda claro que el evento fue un triunfo. Pero también que Saltillo todavía espera su siguiente paso. El Centro de Convenciones será un gran comienzo… siempre y cuando no olvidemos el estadio.

Porque esta ciudad no solo necesita aplausos:
necesita legado.

Por Liz Salas