por Sergio Soto Azúa

Los gritos duran un instante, la serenidad trasciende.
Por eso la paciencia, en política, no es debilidad: es poder.

En la política mexicana abundan los que se aceleran. Los que confunden la prisa con la estrategia, los reflectores con el poder, las intrigas con el verdadero gobierno. Saltan al menor roce, buscan la foto antes que el resultado y apuestan por el ruido antes que por el trabajo silencioso. En ese mar de voces ansiosas, Javier Díaz, alcalde de Saltillo, ha decidido remar distinto.

Su biografía lo explica: atleta olímpico, economista de formación, funcionario con experiencia en distintas áreas. La disciplina no es un adorno en su currículum, es el cimiento que lo sostiene. Como en la natación de alto rendimiento, sabe que las competencias se ganan mucho antes del disparo de salida: en la paciencia de los entrenamientos, en la constancia de los días que no ven las cámaras.

Desde que asumió la alcaldía en enero de este año, Javier Díaz no se ha mostrado como alguien al que lo consuman las ansias. Se le percibe sereno, con la calma de quien entiende que los tiempos en política pesan más que los gestos, y que gobernar no es correr detrás de rumores, sino mantenerse de pie mientras otros se tropiezan en ellos.

Dos episodios recientes despertaron comentarios. Primero, su ausencia en la Coahuila 1000, esa fiesta del motor y el desierto que atrae a los todoterreno y a la política regional. Luego, su falta en la Sesión Solemne del Poder Judicial, donde tomaron protesta nuevos jueces. Por primera vez, un alcalde de Saltillo no estuvo en ese acto institucional. Las versiones se multiplicaron: que si Miguel Mery no lo invitó, que si hubo fuerzas superiores, que si fue un mensaje en clave. Lo cierto es que Javier Díaz no respondió con berrinches ni con victimismo. Y en la política, a veces el silencio pesa más que el discurso.

Esa serenidad se refleja también en cómo enfrenta la relación con la oposición. Apenas hace unos días, en el Cabildo, se votó la propuesta de transporte público gratuito presentada por el alcalde. Los regidores de Morena votaron en contra. No porque la iniciativa fuera mala —el beneficio para la gente era evidente—, sino porque el cálculo político pesó más que el interés ciudadano. Votar contra la gratuidad del transporte es exhibirse, y la oposición decidió exhibirse sola.

Ese episodio sirve de contraste. Mientras el alcalde plantea acciones concretas que tocan la vida cotidiana de la gente, la oposición se muestra empeñada en presionar políticamente, como si el juego estuviera en ver qué sacan o qué les ofrecen. La diferencia es evidente: uno construye, los otros apuestan al chantaje.

El escenario interno, sin embargo, es más complejo. En Coahuila, como en toda tierra política, el fuego amigo es la forma más sofisticada de la disputa. Varios suspiran por la sucesión. Varios miran con recelo a Javier Díaz, porque saben que su perfil encaja, que sus relaciones familiares lo sostienen, que su cercanía con el gobernador es evidente. Y en esa suma de atributos, algunos prefieren desgastarlo desde ahora.

En ese tablero de tensiones también cuenta lo ocurrido en Torreón, donde se impuso orden en medio de un escenario complicado. Esa acción envió un mensaje hacia todo el estado: la disciplina política sigue siendo la regla. Y aunque Javier no fue protagonista directo, lo cierto es que cada movimiento de ese calibre repercute en Saltillo, y al mismo tiempo fortalece el contexto en el que hoy se desempeña.

En política, los símbolos son más poderosos que los cargos. Y hoy, el símbolo que proyecta Javier Díaz es el de la serenidad. No la pasividad del que se cruza de brazos, sino la calma del que sabe que los tiempos marcan el destino más que los gritos.

Porque, al final, los gobiernos se recuerdan menos por las fotos que por el estilo. Y en medio de tantas prisas disfrazadas de ambición, lo que queda es la huella de quienes supieron esperar.

La paciencia, en la política, no es resignación: es estrategia. Y los que saben esperar son, tarde o temprano, los que terminan llegando.

Por Liz Salas