Por: Alejandro Froto
No se confundan, entiendan que cuando el jefe manda y se equivoca, no pasa nada, simplemente vuelve a mandar.
En toda empresa, fábrica o institución, existe una cadena de mando: alguien da órdenes, otro las recibe y las cumple. Pero más que una estructura rígida, esta cadena es un camino de aprendizaje mutuo. Porque quien hoy manda, seguramente fue en otro momento subordinado; y esa experiencia de escuchar instrucciones, de recibir órdenes, de acatarlas (aun cuando doliera o no estuviera de acuerdo), le enseña lo que significa ser responsable de otro: dar claridad, establecer expectativas, prever obstáculos, comunicar con buena intención. Saber obedecer no es someterse ciegamente, es entender lo que se pide, aportar juicio, cumplir con disciplina, y también advertir cuando algo podría salir mal —pero siempre respetando la jerarquía.
Un buen jefe —una persona que manda bien— aprende primero a obedecer. ¿Por qué? Porque al recibir instrucciones, ve de cerca lo que significa no tener el control absoluto, lo que involucra explicar bien, dar ejemplos, guiar paso a paso.
Aprenderá que las instrucciones deben ser claras, comprensibles, razonables, y que una mala instrucción puede generar errores, pérdidas de tiempo, desmotivación.
Entenderá lo que espera el que manda, entenderá que se debe tener responsabilidad, compromiso, fidelidad al mandato, pero también iniciativa leal.
Quien nunca ha obedecido, nunca ha sentido esa tensión entre seguir una orden y asumir la responsabilidad de su cumplimiento, y al contrario, quien solo ha mandado sin haber recibido instrucciones nunca sabrá qué siente el subordinado, qué obstáculos enfrenta, qué información necesita para hacer bien su trabajo. Le faltará empatía, le faltará claridad, le faltará paciencia, le faltará esa humildad imprescindible para recibir feedback.
En cambio, alguien que alguna vez fue subordinado sabe dónde suelen fallar los mandatos imprecisos,
por qué a veces hay que preguntar antes de ejecutar, cuándo es imprescindible informar al superior antes de improvisar o adaptar un plan, salvo que la urgencia no lo permita.
Pero esos momentos deben ser excepcionales, y la decisión debe comunicarse tan pronto como sea posible para evitar confusión, duplicaciones o conflictos posteriores.
Así pues, mandar bien es producto de haber obedecido bien. Es haber recorrido el rol inferior, haber aprendido lo que se espera del superior, haber interiorizado lo que significa responsabilidad, cumplimiento, iniciativa dentro de los límites, lealtad, comunicación clara.
Para ser buen jefe, antes de exigir obediencia, aprende a obedecer. Sé claro en tus instrucciones, y escucha a quien recibe la instrucción.
Para ser buen subordinado, acata con inteligencia. Entiende lo que te piden, pregunta si no está claro, pero cuando la instrucción esté dada, ejecútala con empeño. Si ves problemas o posibles mejoras, hazlas saber con respeto y desde tu posición. En situaciones urgentes, toma decisión aún si eso implica desviarte un poco del procedimiento usual, pero comunica tu acción lo más pronto posible.
El mando se fortalece con la obediencia bien comprendida; la obediencia merece jefes que sepan mandar. Si ambos roles jefe y subordinado entienden sus responsabilidades, esperan mutuamente claridad, respeto, iniciativa leal y comunicación, la organización no solo sobrevivirá, sino que será eficaz, justa y sostenible. Porque para saber mandar, efectivamente, hay que saber obedecer.