por Sergio Soto Azúa
Benjamin Franklin repetía en su almanaque aquello de “acostarse temprano y levantarse temprano hace al hombre sano, rico y sabio”. No era un consejo de autoayuda de moda, sino una forma de entender que quien le gana al sol, le gana al día. Dos siglos después, la frase sigue viva: la diferencia entre un país que madruga y otro que empieza más tarde puede explicar parte de la distancia que vemos en resultados económicos, sociales y hasta emocionales.
En Estados Unidos, los estudios muestran que buena parte de la población ya está despierta a las seis de la mañana. La mayoría arranca su rutina entre las 6:00 y las 6:30, otros un poco después, pero cuando llega la primera hora de oficina, el país ya se encuentra de pie. En México, en cambio, el promedio ronda las 7:00 o 7:10 de la mañana. Media hora, una hora de diferencia. Suena poco, pero en esa media hora se abre una brecha enorme.
Porque lo que parece un detalle es en realidad una cultura. Mientras un estadounidense desayuna, revisa correo o trota en el parque, aquí seguimos apagando la alarma, renegando contra el despertador o peleando por cinco minutos más. Y no lo digo con desprecio: ese tiempo marca la diferencia entre llegar en control o llegar a la carrera, entre empezar con calma o arrancar con enojo.
No se trata de glorificar el sacrificio. Levantarse temprano no debe ser sinónimo de dormir menos. Se trata de mover la balanza: acostarse un poco antes, ganar esos minutos al amanecer y devolverle al cuerpo su mejor energía justo en la hora en que el cerebro despierta más claro. La ciencia lo respalda: al abrir los ojos, el cuerpo libera un pico de cortisol que prepara la alerta natural, y si lo sincronizamos con la luz de la mañana, la mente arranca en su máxima potencia.
El problema es cultural. En México vivimos hacia la tarde y la noche: reuniones familiares, partidos de futbol, series de televisión. Allá, en Estados Unidos, la vida social y laboral se concentra más en el día. Aquí es común que el político inaugure a las nueve de la noche o que la junta arranque a las ocho, cuando el cansancio ya nos domina. Allá, las decisiones se toman temprano, cuando todavía hay café en la mano.
Y no es solo cuestión de oficinas. La diferencia se nota en el transporte, en la escuela, en el comercio. En nuestro país, el tráfico pesado empieza más tarde, pero se prolonga hasta la noche. En Estados Unidos, el pico es más temprano, y la tarde se libera para la familia, el deporte o el descanso. El orden del reloj moldea la calidad de vida.
Algunos dirán: “¿Qué más da? Al final trabajamos las mismas horas”. No es cierto. El mexicano promedio trabaja más horas al año que el estadounidense, pero produce menos. Parte de la explicación está en cómo distribuimos la energía. No es lo mismo dar la primera hora del día, fresca y ordenada, que intentar rendir a las nueve de la noche, cansado y distraído.
Madrugar no es un capricho. Es un recurso estratégico. Cada media hora ganada al amanecer son dos horas y media a la semana. Diez horas al mes. Más de cien horas al año. ¿Qué harías con cien horas extra? Aprender un idioma, leer varios libros, ejercitarte, planear un proyecto. Es tiempo que no compite con nadie más: es tuyo, puro, silencioso, sin interrupciones.
Y aquí es donde entra la motivación personal. No te pido que te levantes a las cinco de la mañana como predica el famoso club de moda. Empieza con quince minutos antes. Quince minutos para ti, no para el tráfico ni para el celular. Quince minutos que cambian el tono del día. Si hoy sueles despertar a las 7:00, pon la alarma a las 6:45. En una semana tu cuerpo se acostumbra. Poco a poco ese espacio se convierte en tu mejor inversión.
Los samuráis se levantaban antes del amanecer para entrenar disciplina. Los monjes zen lo hacían para meditar. Los atletas de élite lo hacen para encontrar horas de práctica lejos del ruido. Los grandes ejecutivos, para decidir cuando nadie los interrumpe. Todos entendieron lo mismo: que la competencia no está en el vecino ni en el colega, sino en tu propia capacidad de vencer la pereza y adelantarte a ti mismo.
En México solemos decir con orgullo que trabajamos hasta tarde, que aguantamos jornadas largas. Pero quizá ese orgullo nos está jugando en contra. No se trata de trabajar más, sino de trabajar mejor. No se trata de presumir desvelos, sino de presumir claridad. Tal vez lo que necesita este país no es otro discurso sobre productividad, sino una invitación simple: mañana, levántate un poco antes.
La diferencia entre llegar tarde o llegar a tiempo al futuro puede medirse en minutos. Y esos minutos se deciden al amanecer.






