por Sergio Soto Azúa
Un presidente con precio. Cincuenta millones de dólares ofrecidos por Nicolás Maduro. No como símbolo de diplomacia, sino como si fuera un capo de cartel. Eso es lo que hace Estados Unidos cuando quiere enviar un mensaje: no basta con llamarlo dictador, hay que convertirlo en mercancía política, en una ficha de mercado.
Lo escribí hace unos días: ponerle precio a un presidente es convertir la soberanía en espectáculo. Pero las etiquetas nunca se quedan quietas. Tarde o temprano se reciclan. Y en México ya vimos cómo se usan.
Alejandro “Alito” Moreno aprovechó la narrativa. Desde la tribuna acusó a Gerardo Fernández Noroña de ser cercano a un “narcopresidente” y a un “narco gobierno”. El eco era evidente: si Maduro está marcado, cualquiera que lo visite queda señalado. Y Noroña, con sus viajes frecuentes a Caracas, se volvió el blanco ideal. Pero el golpe no iba dirigido solo a él: el verdadero destinatario era Claudia Sheinbaum. La insinuación es clara: “tu partido convive con narcos, tu gobierno huele a Venezuela”.
La política, al final, no siempre busca probar: basta con sembrar sospecha. Esa es la jugada. Y Alito lo entendió. Transformó un movimiento de Washington en munición doméstica. Donde allá es geopolítica, aquí es grilla.
El problema es la respuesta. Noroña eligió el terreno equivocado: el insulto, la burla, el empujón. Con eso no desmonta la narrativa, la alimenta. Si lo acusan de estar vinculado con un “narcopresidente” y él responde a golpes, el mensaje no es defensa: es confirmación de la caricatura.
Lo delicado es que en el camino se pierde lo que debería importar: la calidad del debate público. El Senado se vuelve ring, la política se convierte en show, y la democracia se devalúa a espectáculo. Mientras tanto, los problemas reales —seguridad, migración, economía— se quedan fuera de la escena.
El precio que empezó en Caracas terminó cotizándose en México, pero no en millones de dólares, sino en algo más grave: la credibilidad de nuestra política. Porque cuando los dirigentes repiten narrativas importadas como si fueran consignas baratas, lo que se erosiona no es la figura de Maduro ni la legitimidad de Venezuela: lo que se devalúa es el prestigio de nuestras instituciones.
Un presidente puede tener precio en la lista de recompensas de Estados Unidos. Pero cuando aquí los políticos se acusan de narcopresidencias y terminan a golpes en el Senado, lo que queda claro es que los únicos que se están poniendo precio son ellos mismos.
Y cada día parecen más baratos.






