Por: Sergio Soto Azúa

Caminas por la ciudad y ves árboles secos, sin forma, llenos de plagas. Camellones desbordados de maleza, jardines públicos abandonados. Verde, hay. Pero belleza, no. Ni cuidado. Ni intención.

Y entonces uno se pregunta:
¿Dónde está la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro?

Saltillo alberga a una de las universidades agrícolas más reconocidas del país. Aquí se forman ingenieros forestales, agrónomos, especialistas en suelos, en plagas, en cultivos…
Pero la ciudad que los cobija no refleja en nada ese conocimiento.

No hay programas permanentes de arborización comunitaria.
No hay voluntariados visibles de embellecimiento urbano.
No hay asesoría gratuita al ciudadano para cuidar los árboles que ya tenemos.

¿Cómo puede una institución pedir recursos si no contribuye activamente con la comunidad que la sostiene?

Esto no es un reclamo agresivo.
Es una invitación a despertar.

Porque la Narro no puede seguir siendo solo un espacio académico cerrado.
Tiene que ser también un motor vivo de transformación en su ciudad.

Y si no lo hace por iniciativa propia, el municipio y el estado deberían sentarse con su rector y recordarle que el conocimiento agrícola no sirve de mucho si no se comparte.

Pero tampoco se trata de cargarle todo a una sola parte.
Quien tiene un árbol frente a su casa, tiene una responsabilidad.
Un árbol no es mobiliario urbano.
Es un ser vivo.
Uno que nos da sombra, oxígeno, clima fresco, silencio, cobijo.
Y a cambio… lo ignoramos.
Lo dejamos enfermar. Secarse. Doblado. Infestado.
Como si fuera problema de alguien más.

La naturaleza no funciona así. La ciudad, tampoco.

Cuidar un árbol debería ser tan básico como barrer tu banqueta.
Y hacerlo bien, con ayuda de expertos, debería ser parte de una política pública donde ciudadanía, universidad y gobierno se sienten en la misma mesa.
A podar. A fertilizar. A imaginar.

Saltillo puede ser mucho más que una ciudad con árboles.
Puede ser una ciudad con jardinería, con diseño, con vida vegetal sana, compartida y hermosa.

Pero eso solo va a ocurrir cuando cada quien riegue lo que le toca.
Y entienda que los árboles también son nuestros vecinos.

Por Liz Salas