De lo que dijo Chicharito a lo que ya no podemos decir: ¿cuándo dejamos de ser equipo?

Hace unos días, Javier “Chicharito” Hernández hizo una declaración que se volvió viral, no por polémica en sí, sino por el nivel de debate, cancelación y ruido que desató.

(“Yo soy un proveedor. Yo doy. No me interesa lo que recibo, yo doy. Y si doy, soy chingón. ¿Me explico? Si doy mi dinero, si doy mi tiempo, si doy mi energía, si doy mi fidelidad, si doy todo, entonces soy chingón. ¿Por qué? Porque estoy dando. Punto. No espero nada a cambio. Nada. No quiero nada. Yo doy.”)

Y con eso bastó para que se encendieran las redes, los duelos de género, los comentarios polarizados. Que si es machista, que si es un proveedor acomplejado, que si es un “simp”, que si eso ya no se estila, que si está “muy básico”. Opiniones para todos los gustos, menos para el diálogo real.

Ahora, no estoy diciendo si sus palabras fueron buenas o malas. Ni siquiera me interesa juzgarlo. Pero mientras escuchaba lo que decía y veía la reacción desmedida, no pude evitar pensar en lo siguiente:
¿Ya no se puede decir nada sin que te cancelen o te cuelguen una etiqueta?

Y me incluyo. Mientras digo esto, soy consciente de que tengo que cuidar lo que digo y cómo lo digo. Porque si me parece válida su postura, puede que digan que estoy “defendiendo a los hombres para ganármelos” o que quiero “quedar bien”. Pero si la critico, entonces soy una “feminazi”, “resentida”, “odiahombres” o cualquier otro adjetivo igual de pobre y predecible.
Es un callejón sin salida.

Este tipo de cosas me llevó a pensar más profundo: ¿En qué momento dejamos de ver la relación de pareja como una construcción en conjunto? ¿Cuándo se rompió esa idea de que lo importante era ser equipo, no enemigos?

Recuerdo —como muchos recordamos— que en generaciones anteriores, al menos en México, lo “normal” era que el hombre saliera a trabajar y llegara a su casa con el dinero completo. Lo entregaba a su esposa, que lo administraba, lo multiplicaba y sacaba adelante a la familia. ¿Trabajaba ella? A veces sí, a veces no. Pero nunca se le llamaba “mantenida” ni “interesada”. Y mucho menos escuchabas a un hombre decir: “le di todo y se fue con otro”, como ahora parece estar de moda decirlo entre memes y quejas.

Tampoco veías a las mujeres gritar a los cuatro vientos que eran las más valientes por trabajar. Simplemente lo hacían si la familia lo necesitaba. Sin discursos de superioridad, sin despreciar a los hombres ni llamarlos “princesos” por no cargar con todo. Porque no se necesitaba atacar al otro para validar lo que se hacía.

Todo se trataba de sumar. De protegerse entre ambos. De que ella se hiciera cargo del hogar y él de lo económico, sí, muchas veces… pero eso no era esclavitud ni imposición: era funcionalidad. Dinámica. Acuerdo.
Y cuando ella trabajaba o sacaba adelante el barco sola, lo hacía desde el amor, desde la responsabilidad, no desde la revancha o el resentimiento.

Hoy, en cambio, vivimos en un mundo donde todo se graba, todo se publica y, sobre todo, todo se critica.
No desde la justicia. No desde la virtud. Ni siquiera desde la razón.
Nos rodeamos de palabras vacías, de luchas sin propósito, de disputas imaginarias que no hacen más que separarnos y enemistarnos.
Ya no hay trabajo en equipo. Ya no hay alianza. Solo hay yo contra ti, yo más que tú, yo sin ti.

Y sí, qué bueno que se visibilice la violencia de género, los abusos, el maltrato. Era necesario. Pero no podemos vivir solo desde la herida, no todo es trauma ni venganza. Porque hoy parece que nada es suficiente, todo está mal y nadie sirve.

Se perdió el arte de aportar sin que eso implique perder. De construir sin destruir.
De estar con alguien, no por necesidad, sino por decisión consciente de sumar juntos.

Y no lo digo desde una visión romántica. Lo digo desde algo mucho más profundo: desde la necesidad humana de crear vínculos reales, funcionales, sólidos. De dejar de competir por quién puede más y empezar a colaborar por quién puede mejor.

Y sí, me atrevo a decirlo sin filtro. Porque si no empezamos a hablar con fondo, vamos a seguir viviendo relaciones vacías, redes llenas de ruido, y una sociedad donde ni siquiera opinar se puede sin miedo a ser quemado en la plaza pública.

El problema no es lo que dijo Chicharito. El problema es todo lo que ya no se puede decir sin que eso signifique una guerra.

Por Liz Salas