TDAH: No es que no quiera…es que mi cerebro funciona diferente

El 13 de julio se conmemora el Día Internacional del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), una fecha que busca visibilizar una condición neurológica que ha sido minimizada, ignorada o malinterpretada por años.

Y es importante visibilizarla porque negar su existencia o restarle importancia tiene consecuencias reales: retrasa diagnósticos, impide tratamientos adecuados y, sobre todo, deja a muchas personas —niñas, niños y adultos— navegando en un mar de culpa, frustración y autosabotaje sin saber por qué.

El TDAH no es una excusa. Tampoco es una moda ni una “etiqueta millennial”. Es una neurodivergencia: una forma distinta en la que el cerebro regula funciones como la atención, la organización, los impulsos, la motivación y el manejo del tiempo.
Y entenderlo puede cambiarte la vida.

Lo digo por experiencia propia.

Desde niña sentía que algo no encajaba. Era olvidadiza, perdía cosas todo el tiempo, dejaba objetos en lugares absurdos, me costaba trabajo mantener la atención en lo que “debía” interesarme, tenía episodios de hambre emocional o simplemente me olvidaba de cosas tan básicas como tomar agua o recoger mis cosas antes de salir.

Eso me hizo sentir, durante mucho tiempo, como si estuviera rota. Como si no fuera suficiente. Como si por más que me esforzara, siempre había algo que me hacía fallar. Y ese “algo” no tenía nombre… hasta que lo tuvo.

Fui diagnosticada con TDAH hace apenas unos años, ya en la adultez. Y aunque no fue un diagnóstico mágico que resolvió todo, sí fue un parteaguas. Por primera vez pude dejar de juzgarme con tanta dureza. Entendí que no era torpe ni irresponsable. Que no era que no quisiera llegar a tiempo, sino que mi cerebro, literalmente, procesa el tiempo de manera distinta.

Claro que aún me frustro. Claro que todavía me pasa que, justo cuando voy saliendo a tiempo, se me olvidan las llaves, el teléfono, la cabeza. A veces me sigo sintiendo “menos”. Pero ahora lo reconozco, lo trabajo, y sobre todo, ya no me castigo como antes.

El gran problema del TDAH no es solo vivir con él, sino vivir con las miradas, los juicios y las palabras de quienes no lo entienden.

Porque para quienes no lo viven, es fácil decir que somos distraídos porque no nos importa. Que somos desorganizados por elección. Que no llegamos porque no nos da la gana. Que somos poco profesionales, inmaduros, irresponsables.

Y no, no lo somos. Somos personas cuyo cerebro funciona de manera distinta. Ni mejor ni peor. Distinta.
Y esa diferencia merece comprensión, no burla ni juicio.

El TDAH puede manifestarse de muchas formas: desregulación emocional, ansiedad, impulsividad, desorganización crónica, sensación de insuficiencia constante, dificultades para mantener relaciones, cambios de apetito, olvidos que rayan en lo absurdo, bloqueos frente a tareas pequeñas pero abrumadoras…

Pero no todo es negativo. También existen habilidades valiosas que, muchas veces, acompañan al TDAH.
Tenemos una poderosa capacidad de hiperfoco que nos permite profundizar en temas con una intensidad y velocidad sorprendentes. Nuestro pensamiento no lineal puede generar soluciones creativas que otros no ven. Podemos aprender rápido, construir ideas desde distintos ángulos, ver conexiones insospechadas.
Somos personas con un gran potencial intelectual, con talentos múltiples, y una energía mental capaz de crear, reinventar y transformar, incluso en el caos.

Así que si algo de esto resuena contigo —o con alguien que conoces—, tal vez sea momento de buscar respuestas.
Y si tú no lo vives, pero estás cerca de alguien que sí, tal vez sea momento de cambiar el juicio por empatía.

Porque no se trata de justificar todo con un diagnóstico.
Se trata de dejar de cargar con culpas que no nos corresponden.
Se trata de empezar a vivir en voz alta, incluso con el volumen irregular de nuestros pensamientos.

Por Liz Salas