Por: Sergio Soto Azúa

Hoy el poder ya no necesita gritarte lo que tienes que hacer. Le basta con hacerte sentir que tú lo elegiste.

No te amenaza. No te ordena. Solo te muestra, con cierta elegancia, qué se espera de ti. Qué postura es la correcta. Qué frases están bien vistas. Qué indignaciones son válidas. Qué causas están de moda. Y si tú decides ir por otro camino, no pasa nada… solo dejarás de pertenecer.

Ese es el nuevo castigo: quedarte fuera. Que nadie te retuitee. Que no te inviten. Que te ignoren. Que ya no te consulten. Que seas un incómodo. Un inadaptado. Un sospechoso. Un alguien que no entendió por dónde va la cosa.

¿Ves qué suave funciona?

Ya no necesitas cárceles, ni gritos, ni amenazas. Hoy basta con moldear la conversación pública. Controlar el lenguaje. Hacer que parezca que todos ya están de acuerdo en algo. Y si no lo estás, el problema no es el sistema: eres tú. Tú que te atreviste a pensar diferente. Tú que no entendiste el “momento histórico”.

Y entonces, el nuevo poder ni siquiera necesita imponerse. Tú mismo te adaptas. Tú mismo corriges lo que dices. Tú mismo pides perdón por pensar. No hay represión: hay alineación voluntaria.

Pero eso no es lo más peligroso.

Lo más peligroso es que muchos de los que operan así ni siquiera se sienten autoritarios. Creen que están del lado bueno. Que están guiando a los demás. Que están haciendo pedagogía. Que están construyendo ciudadanía. Y en el fondo, lo único que están haciendo… es asegurarse de que todos piensen igual.

Uniformidad disfrazada de consenso.

Conformidad disfrazada de “diálogo”.

Sumisión disfrazada de “sentido común”.

Y si no lo notas, es porque ya te adaptaste.

Porque hoy no necesitas temer a un tirano. Basta con temer al ridículo. A la desaprobación. A quedarte fuera de la conversación. El control ya no pasa por el uso de la fuerza. Pasa por el uso del algoritmo. Por la corrección política. Por la indignación viral. Por la palabra que se espera que digas. Y tú, sin darte cuenta, la repites.

Muchos lo hacen por miedo. Otros por costumbre. Otros por conveniencia. Y unos cuantos porque de verdad creen que están salvando al mundo.

Pero el resultado es el mismo: un espacio público cada vez más plano, más obediente, más uniforme. Donde el pensamiento crítico parece grosero. Donde disentir te vuelve problemático. Donde cuestionar te hace ver como alguien que “no ha entendido el momento”.

El poder de hoy no necesita gritarte. Solo necesita que tú no quieras quedarte solo.

Y ahí estás: diciendo lo que todos dicen, compartiendo lo que todos comparten, firmando lo que todos firman. Sonriendo por fuera. Cediendo por dentro.

¿Quién gobierna entonces? ¿El presidente? ¿Los jueces? ¿Los empresarios? ¿Los influencers?

No. Gobierna una sensación: la necesidad de pertenecer.

Gobierna el miedo a no encajar.

Gobierna la ansiedad de quedarte fuera.

Y mientras eso pasa, los que sí entienden cómo funciona el tablero, hacen su jugada en silencio. Ellos no tuitean. No se justifican. No opinan cada tres minutos. Ellos deciden. Porque mientras tú cuidas tu imagen, ellos ya tomaron el poder real.

Y cuando te des cuenta, ya nadie te va a estar censurando.

Tú solito vas a cuidar no incomodar.
Tú solito vas a evitar el tema.
Tú solito vas a decir lo que se espera.

Y lo vas a hacer con tanta elegancia…
que ni te vas a dar cuenta de que ya no piensas: ya interpretas.

Felicidades.
Te entrenaron tan bien que ahora puedes decir lo que sea…
siempre y cuando no signifique nada.

Por Liz Salas