Por: Sergio Soto Azúa

En este país donde a menudo celebramos las ocurrencias más que los logros, esta vez toca hacer lo correcto: aplaudir lo que merece ser aplaudido. Y es que en apenas unos días, el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, encabezó una serie de acciones que no son menores ni pasajeras. Son hechos, y de los que pesan: detenciones clave, desmantelamiento de redes, golpes al huachicol. Una ofensiva inteligente, coordinada, silenciosa y efectiva.

Comencemos por Coahuila. Entre Saltillo y Ramos Arizpe, el operativo más grande contra el robo de combustible en lo que va del sexenio. 129 carrotanques repletos de hidrocarburos fueron asegurados, con más de 15 millones 480 mil litros de combustible robado —diésel, gasolina y derivados. No fue un hallazgo casual. Fue una operación articulada entre Sedena, Marina, Guardia Nacional, Fiscalía General de la República, Pemex y autoridades locales. Una imagen que no vimos circular por propaganda, sino por resultados.

Este golpe no solo desactiva una red ilegal. Representa millones que no llegarán a las manos del crimen organizado. Millones que se quedarán —ojalá— donde deben: en el país, en Pemex, en el presupuesto público. García Harfuch lo explicó con serenidad, sin fanfarronería. Dijo que era el decomiso más grande en su tipo y que superaba en más del 50% lo asegurado recientemente en Tampico, donde se incautaron 10 millones de litros a bordo de un buque. En un país acostumbrado a la simulación, esa claridad técnica es refrescante.

Pero lo de Coahuila no fue una excepción. Apenas unos días antes, en Tabasco, otro operativo logró el aseguramiento de 880 mil litros de combustible robado, más siete vehículos, montacargas, 1,200 contenedores y una pipa. Un decomiso quirúrgico, sin disparos, sin espectáculo. Lo mismo en Veracruz, donde se desmanteló una refinería clandestina. Y en Querétaro, donde se aseguraron 37 mil litros más. Y en Nuevo León, donde nueve presuntos generadores de violencia fueron detenidos, uno de ellos buscado en Estados Unidos.

El patrón se repite: inteligencia, coordinación, resultados. No se trata de ver al secretario como héroe —él no lo promueve—, sino de entender que hay una lógica en marcha. Una estrategia que rompe con esa narrativa vieja de que todo está perdido. No lo está. Hay gente trabajando bien. Y Harfuch lo está haciendo.

Si alguien pensaba que su liderazgo sería puramente mediático o simbólico, ya no puede sostenerlo. Estos operativos tienen impacto real. El robo de combustible no es solo un delito fiscal: es una industria paralela, multimillonaria, que financia cárteles, compra armas, paga sicarios, infiltra comunidades. Cada litro decomisado es una arteria cortada al crimen.

Más aún: el huachicol tiene una versión aún más perversa y menos visible —el fiscal—, que se da con empresas que importan, facturan y distribuyen combustible robado legalmente. El boquete por ese concepto fue estimado por Pemex en más de 177 mil millones de pesos al año. Es decir, casi 10 mil millones de dólares que se fugan por grietas legales. Que alguien esté enfrentando eso con esta contundencia merece, cuando menos, un reconocimiento narrativo.

Y no es solo el combustible. En los operativos recientes hubo armas largas, dinero en efectivo, chalecos tácticos, drogas. Se habla de células ligadas al Cártel del Noreste. ¿Por qué importa eso? Porque no hay seguridad sin Estado. Y el Estado, esta vez, sí actuó. Con método. Con firmeza. Con un lenguaje que no necesita gritar para hacerse escuchar.

Claro, no es tiempo de romantizar. Todo servidor público debe ser evaluado con rigor. Debe transparentarse el destino del combustible incautado, el proceso judicial de los detenidos, los vínculos financieros, las empresas involucradas. La rendición de cuentas no se suspende cuando hay resultados. Pero cuando los hay, también hay que decirlo. Y ahora los hay.

Esta columna no busca caerle bien a nadie. Pero si cae en el escritorio correcto, que se sepa: hay periodistas que reconocen el trabajo bien hecho. Porque no todo es crítica ni todo es grilla. A veces, simplemente, el país necesita saber que no todo está perdido. Que hay esquinas donde el Estado recupera el control. Y que a veces, los funcionarios sí hacen lo que deben. Y lo hacen bien.

García Harfuch lo ha hecho. Y si sigue así, no solo va a escalar en lo político: va a dejar huella en lo institucional. Y eso —eso sí— no se compra con dinero ni con discursos. Solo se gana con resultados. Y él los tiene.

Por Liz Salas