Por Fer Ruiz – Sin Filtro y con Fondo
Vivimos en un país donde hablar de política se ha vuelto sinónimo de molestia, discusión, o incluso peligro. Pero no hablar de política también es político. En este artículo quiero poner sobre la mesa tres caras de una misma moneda: la sociedad apolítica, la sociedad politizada desde el resentimiento y la sociedad harta de la política. ¿En qué se diferencian? ¿En qué se parecen? ¿Nosotros qué podemos hacer al respecto?
- La sociedad apolítica: la ilusión de la neutralidad
La sociedad apolítica no vota, no opina, no se informa y se escuda en frases como: “yo no me meto en eso”. Prefiere creer que mantenerse al margen es una forma de pureza o autocuidado. Pero lo cierto es que la neutralidad ante la injusticia siempre favorece al opresor.
Esta postura suele nacer del privilegio (quien no se siente directamente afectado), de la ignorancia aprendida (“todos son iguales”) o del miedo. La paradoja es que en su silencio, termina siendo cómplice del estado de las cosas.
- La sociedad politizada desde el resentimiento: el caldo de cultivo del populismo
Aquí encontramos a quienes sí están interesados en la política, pero desde una herida abierta: el abandono histórico, la desigualdad estructural, la rabia heredada. Esta politización emocional es legítima —tiene razones de sobra—, pero es también fácilmente manipulable.
Líderes carismáticos y estrategias populistas se aprovechan de esa herida para prometer redención a cambio de obediencia. No se busca la transformación de fondo, sino un enemigo común, un lenguaje de revancha y una narrativa donde ellos (los otros) son siempre los culpables.
Aquí, la emoción sustituye al pensamiento crítico. La lealtad se vuelve más importante que los resultados. Y las promesas vacías se celebran como victorias.
- La sociedad harta: la resignación como respuesta
Esta tercera vertiente se caracteriza por la fatiga. Son quienes sí creyeron, sí votaron, sí salieron a marchar… pero hoy ya no esperan nada. La frase favorita aquí es: “No va a cambiar nada, mejor me enfoco en lo mío.”
No es apatía, es decepción. Este grupo no está dormido, está cansado. Y esa es una pérdida peligrosa: porque cuando quienes piensan se retiran, los extremos toman el micrófono.
¿En qué se parecen estas tres posturas?
Parecen contrarias, pero todas comparten algo: una relación rota con la política.
• La apolítica ignora porque siente que no le toca.
• La resentida idealiza porque necesita un culpable.
• La cansada abandona porque ya no cree en nada.
Y el vacío que dejan se llena rápido: con ruido, con líderes que prometen sin entregar, con polarización y con cinismo.
¿Entonces qué nos queda?
No, no todos tienen que ser activistas. Pero sí nos toca recuperar algo básico: entender que lo político es lo que elegimos cada día. Estas son algunas ideas, sin dogmas ni recetas:
• Pensar antes de repetir. Preguntar “¿a quién le sirve esto?” ya es empezar.
• Hablar con quien piensa distinto. Escuchar no es rendirse.
• Involucrarse en lo cercano. La política no solo vive en la boleta, también en la banqueta.
• No comprar discursos que solo apelan al enojo. La emoción sin contexto es combustible para el caos.
Nos han hecho creer que la política es un terreno sucio donde nada puede cambiar. Y justo por eso es urgente ensuciarnos las manos… pero con dignidad, con memoria y con propósito.
Ser ciudadanos no es un título, es una práctica. Y el país que queremos no lo va a construir un mesías, lo tenemos que construir entre todos.