Por: Sergio Soto Azúa
Cuando Omar García Harfuch habla de seguridad, presenta datos duros: una reducción del 25.8 % en homicidios dolosos a nivel nacional y presencia federal en 133,000 comunidades, con colaboración real entre dependencias y agencias como la DEA y el FBI.
Mientras tanto, en Coahuila, Federico Fernández Montañez —titular actual de la Fiscalía— se mezcla con la Secretaría de Seguridad Pública. Habla como si fuera ambos. Asiste a operativos como si fuera también jefe policiaco. Y aunque no hay nombramiento oficial como secretario, actúa como tal, generando expectativa de cambio sin fondo.
Los números lo desmienten.
Coahuila registró apenas un 0.3 % de reducción en homicidios dolosos en el último año, pese a que la Fiscalía presume la tasa más baja en la región nororiental del país. Ese dato se presenta como victoria fácil: “es que aquí ya hay pocos homicidios”.
Sí, es cierto que es una entidad tranquila comparada. Pero precisamente por eso tenemos más margen para mejorar, y no solo para mantenernos “en espera”.
Lo que hay aquí es una historia de control de narrativa, no de transformación real. Cuando un fiscal simula ser secretario, ¿quién investiga al que dirige la policía? ¿Quién audita la estrategia si todo queda en manos de un solo hombre?
En contraste, Harfuch mantiene roles definidos, incluso cuando se salta del patrullaje a las alturas federales:
trabaja con inteligencia, no solo con patrullas.
Rompe con la costumbre de escandalizar para tapar fracasos.
Y entrega resultados en uno de los temas más urgentes del país: menos asesinatos.
En Coahuila sí hay avances lentos en algunos delitos: robo de alto impacto bajó 87 % desde 2012, robos a personas 95 %, secuestros bajaron drásticamente. Pero esas son cifras históricas, no efectos del modelo actual.
Hoy, la simulación se mueve alrededor de los homicidios: “somos uno de los más seguros”. Pero esa narrativa es para público, mientras la estrategia no cambia.
Y para cambiar se requieren mínimos institucionales:
1. Separar formalmente Fiscalía y Secretaría.
No debería gobernar el mismo funcionario ambas instituciones.
Necesitamos un secretario responsable ante el fiscal, y un fiscal fiscalizando a la policía.
2. Auditoría y contrapeso.
Cuando todo depende de un mismo mando, no hay observación externa ni revisión imparcial.
3. Innovación, no autopromoción.
Coahuila puede aprovechar su baja violencia para implementar proyectos de inteligencia, prevención social, tecnología en videovigilancia, plataformas de denuncia seguras.
¿Por qué eso es urgente?
Porque mientras Omar avanza con cifras nacionales, dignidad y sin querer el reflector, Coahuila se queda en palabras bonitas sin transformación real.
Un estado tranquilo no es motivo para dormirse.
Es una oportunidad para liderar.
Pero no se lidera con micrófono, se lidera con diseño institucional.
Y alguien tiene que decirlo, aunque incomode.
Mientras Harfuch da resultados, Fernández mantiene la simulación.
No es elegancia ni humildad.
Es una falla de diseño político.
Y la primera reforma que debemos exigir es que la Fiscalía deje de actuar como Secretaría.
Porque sin ese orden básico…
no hay estrategia posible.