Por: Sergio Soto Azúa

Hay descansos que se ganan y descansos que se roban.

El primero llega con paz. El segundo con culpa.
El primero se construye. El segundo se improvisa.
Y con el tiempo, la vida siempre te cobra la diferencia.

Cuando somos jóvenes, creemos que el tiempo alcanza para todo.
Descansamos hoy, postergamos el esfuerzo, decimos “ya habrá chance”.
Y sí, hay días en que detenerse está bien. Pero hay otros en los que parar es lo que más te atrasa.
Porque mientras tú dejas para mañana, hay alguien que ya empezó.
Y no lo vas a notar… hasta que lo veas más lejos de lo que imaginabas.

Una vez escuché una frase que nunca olvidé:

“Trabaja mientras los demás descansan, y mañana descansarás mientras ellos trabajan.”

No era amenaza. Era advertencia.
El que siembra cuando nadie lo ve, un día cosecha cuando nadie puede alcanzarlo.

Y no hablo solo de dinero ni de éxito.
Hablo de libertad.
Hablo de poder respirar sin deberle nada a nadie.
Hablo de llegar a ese punto en la vida donde no estás corriendo porque vas tarde, sino porque tú elegiste moverte temprano.

Muchos descansan sin haber hecho nada.
Y muchos trabajan como si no tuvieran permiso de parar nunca.
Pero entre esos extremos hay algo más valioso: trabajar con intención.

No todo el tiempo. No sin descanso.
Pero sí con un sentido.
Sabiendo que lo que haces hoy te va a liberar mañana.

He visto cómo algunos viven como si el mundo les debiera algo.
Esperan que todo llegue rápido, fácil, automático.
Y cuando no llega, se frustran, se culpan, se quejan.

Pero lo cierto es que hay cosas que no se compran con talento.
Ni con carisma.
Ni con suerte.
Solo se pagan con constancia.

Es bonito descansar cuando sabes que hiciste lo que tocaba.
Que cumpliste contigo, aunque nadie te viera.
Que sembraste mientras los demás distraían su energía en aplausos cortos.

Vivimos en una época donde todo urge.
Pero muy pocas cosas realmente importan.
Y si no sabes distinguir una de la otra, vas a terminar exhausto… y sin nada que valga la pena haber hecho.

Por eso trabajar hoy no es esclavizarte.
Es liberarte del miedo de llegar tarde a tu propia vida.

La gente suele ver el éxito de alguien y decir:
“Qué suerte tiene.”
Lo que no ven son los años que se partió el alma mientras nadie lo miraba.

El esfuerzo tiene eso: es silencioso al principio.
Pero un día hace ruido.
Y cuando suena, suena distinto.
Porque no se siente como grito, sino como eco.

Hay quienes se burlan del que trabaja de más.
Lo llaman obsesionado, intenso, exagerado.
Pero los años pasan. Y de pronto, mientras ellos están buscando cómo salir del pozo,
ese mismo que tanto criticaban… ya construyó su casa en lo alto.

Y no para presumirla.
Sino para habitarla con calma.

Yo no quiero romantizar el cansancio.
Ni decir que solo el que sufre merece descanso.
Pero sí creo que el descanso con sentido solo llega después del esfuerzo con propósito.

Los que hoy se exigen, mañana eligen.
El que aprende a moverse solo, no se paraliza cuando otros se detienen.
El que se disciplina en silencio, no necesita gritar su logro.
El que aprende a sembrar en tiempo, no le teme a las sequías.

Trabajar hoy no significa dejar de vivir.
Significa construir una vida que más adelante puedas vivir en paz.

Hay etapas en las que toca apretarse el alma.
No porque seas fuerte, sino porque no quieres llegar al final de la vida con arrepentimientos acumulados.

Trabaja hoy no por presión, sino por visión.
No para demostrar, sino para llegar.

Porque llegará un momento en que descansar ya no será una necesidad…
sino un derecho.
Y ese día, te vas a agradecer cada esfuerzo, cada desvelo, cada “no salí hoy”, cada “me levanté temprano”, cada renuncia inteligente.

Y tal vez alguien te vea descansando mientras el mundo corre.
Y te pregunte cómo lo lograste.
Y tú vas a sonreír, sin ruido, sin arrogancia.
Y vas a pensar:
“Porque yo trabajé cuando los demás creían que no pasaba nada.”

Por Liz Salas