Por: Alejandro Froto

Muchos presumen su capacidad de aguantar. De soportar golpes, estrés, presión. Pero… ¿de qué sirve resistir si no aprendes nada en el proceso? Resistencia y resiliencia no son lo mismo, y en un mundo que exige adaptación, quedarte inmóvil puede ser tu peor error.

En tiempos difíciles, se suele aplaudir a quien “resiste”. Al que no se quiebra. Al que aguanta. Pero resistir no siempre es virtud. A veces, es solo negarse al cambio. Porque resistir es soportar… mientras que ser resiliente es transformarse.

La resistencia es firmeza. Es soportar el dolor, la presión, el cansancio. Un soldado en entrenamiento. Una madre sosteniendo todo con el alma hecha pedazos. Un deportista que termina la carrera con el cuerpo al límite. La resistencia es admirable, sí. Pero no siempre suficiente.

La resiliencia, en cambio, es una respuesta activa a la adversidad. No solo aguantas: te adaptas. No solo sobrevives: aprendes, creces, cambias. La resiliencia no niega el golpe, lo absorbe, lo procesa… y lo convierte en impulso. Es la persona que, tras una tragedia, no solo se reconstruye, sino que sale más fuerte. Más consciente. Más viva.

Pongamos otro ejemplo: imagina un árbol en medio de una tormenta. Si es rígido, puede resistir al principio. Pero si el viento es constante, terminará por quebrarse. En cambio, el árbol flexible —el que se dobla, se adapta al viento, cede y recupera su forma— es el que sobrevive. Eso es resiliencia. No se trata de debilidad, sino de inteligencia emocional. De estrategia.

Resistir puede ser una fase. Un momento. Una reacción inicial ante el caos. Pero si te quedas ahí —solo soportando— te desgastas, te quemas, te endureces… y te quiebras por dentro. La resiliencia, en cambio, te flexibiliza. Te reinventa. Te obliga a cambiar lo que creías inamovible: tu forma de pensar, de sentir, de vivir.

No es que una excluya a la otra. Muchas veces, para ser resiliente hay que resistir primero. Pero el problema está en quedarse atrapado en la resistencia sin dar el salto hacia la transformación.

Porque resistir es valiente.
Pero ser resiliente… es evolucionar.

Puedes resistir toda la vida sin cambiar ni una sola cosa.
O puedes usar el golpe como gasolina para crecer.
¿Vas a quedarte aguantando… o vas a levantarte distinto?

Por Liz Salas