En Coahuila sí funcionó
Por: Sergio Soto Azúa
El país volvió a cimbrarse. Mataron a la secretaria particular de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, a plena luz del día. Y aunque el hecho pasó casi de largo en la cobertura nacional, entre los que sabemos cómo funciona esto, el mensaje es claro: si no controlas el territorio, el territorio te desborda. Y cuando el crimen organizado se siente más fuerte que el Estado, no hay estrategia que aguante. Lo que sucedió en la capital tiene muchas lecturas, pero la más dura es esta: hoy los grupos criminales pueden tocar con absoluta impunidad a los círculos de poder. Y eso, en cualquier lugar del mundo, debería prender todas las alarmas.
Pero no. Porque en México ya nos acostumbramos a que todo esté al revés. A que los responsables de seguridad den comunicados huecos mientras sus funcionarios caen. A que la inteligencia no sirva de nada si no hay voluntad. A que la estrategia federal cambie cada seis meses, pero siempre dé los mismos resultados. Lo que está ocurriendo es grave. Y si no hay un cambio de fondo, lo que hoy vemos en la capital mañana lo veremos en cualquier otra ciudad.
Coahuila vivió esto antes. No es teoría. Es historia. En 2012 mataron a José Eduardo Moreira, hijo de Humberto y sobrino del entonces gobernador Rubén Moreira. Lo ejecutaron en Acuña como mensaje del Zeta 40, en venganza por la muerte de un sobrino suyo en un enfrentamiento en Piedras Negras. “Un sobrino por otro sobrino”, dijeron. Y ese fue el parteaguas. Porque hasta ese momento, los criminales no sólo operaban: mandaban. Tenían a funcionarios de todos los niveles sometidos, algunos comprados, otros amenazados, pero todos bajo control. El crimen organizado les pisaba el cuello, literal y políticamente. El pacto era abierto, impune y funcional. Hasta que dejaron de respetar las reglas.
Y entonces hubo ruptura. El asesinato forzó a Rubén Moreira a tomar una decisión que casi ningún gobernador en este país ha tomado: romper con los intereses ilegales con los que alguna vez se cohabitó. Y diseñó una estrategia que no buscaba sólo capturar a los delincuentes. Buscaba cortarles el oxígeno. Asfixiarles la operación desde lo financiero.
Cerraron yonkes donde se desmantelaban autos robados. Clausuraron casinos. Uno solo en Saltillo generaba tres millones de pesos al mes para los Zetas. Multiplicado por al menos diez casinos, la cifra alcanzaba los treinta millones mensuales. Dinero limpio para ellos. Sin riesgo, sin trasiego, sin frontera. Solo cobradores. Con eso pagaban sicarios, sobornos, logística, estructura. Y les quedaba ganancia. Mucha. Y lo primero que se hizo fue eso: quitarles la caja registradora. Porque el narco puede vivir sin cocaína unas semanas. Pero sin dinero, ni un día.
Eso fue lo que nadie más quiso hacer. Porque esos negocios también le daban ganancias al sistema político. Porque para que un casino opere, alguien da permiso. Para que un yonke exista, alguien protege. Y para que un bar cierre a las cinco, alguien cobra. Romper con eso implicaba aceptar que lo habían permitido. Y en Coahuila, se aceptó. Y se rompió.
Hoy en México no se ha hecho. Y lo que pasó en la Ciudad de México con Ximena Guzmán debería ser suficiente. Pero no lo es. Porque aunque Claudia Sheinbaum tiene voluntad, aún no ha dado el golpe en la mesa. Aún no ha ordenado cerrar lo que debe cerrarse. Y sin eso, no hay control. Puede haber operativos. Puede haber inteligencia. Pero si las finanzas del crimen siguen intactas, la violencia también.
Un kilo de cocaína cuesta dos mil dólares en Colombia. Catorce mil cuando llega a México. Cincuenta mil en Estados Unidos. Hay que moverlo. Hay que arriesgar. Pero cobrar piso no. Eso solo requiere cobradores. Por eso lo defienden tanto. Por eso les da tanto poder. Y por eso ningún gobierno quiere tocar esa parte. Porque ahí también están metidos ellos.
Coahuila no es perfecto. Pero hoy aquí no se paga piso a nombre de ningún cártel. No hay casinos que pasen sobres. No hay bares con dueños invisibles. No es una utopía. Pero al menos no es esa caricatura de Estado donde el narco cobra impuestos y la autoridad solo ve. Y se logró no por valentía, sino por decisión. Alguien se atrevió a decir: basta.
Eso es lo que se necesita ahora. Que desde la presidencia y desde los gobiernos estatales se entienda que sin recuperar el control de las finanzas criminales, todo lo demás es simulación. Que no basta con capturar capos. Hay que cerrar las cajas. Porque si no se quita el dinero, no se quita el poder. Y mientras el dinero fluya, ellos mandan.
El crimen no desaparece. Se reorganiza. Y si no se controla, se infiltra. En gobiernos, en campañas, en gabinetes. Ya lo hizo antes. Ya lo está haciendo otra vez. ¿Qué más se necesita? ¿Cuántos más deben morir para que alguien entienda que esto no es una guerra? Es una disputa por el control. Y si el Estado no lo toma, alguien más lo tomará. No se trata de tener la razón. Se trata de tener el poder.
Y en Coahuila, al menos por un rato, se entendió. Ojalá alguien allá arriba lo recuerde antes de que sea demasiado tarde.