Por: Sergio Soto Azúa.

En la política mexicana, hay figuras que, sin necesidad de reflectores, se convierten en pilares fundamentales de la gobernabilidad. Omar García Harfuch es una de ellas. Desde su nombramiento como Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana el 1 de octubre de 2024, su presencia ha sido constante, efectiva y, sobre todo, estratégica.

Su trayectoria no es menor: hijo de Javier García Paniagua, exdirector de la Dirección Federal de Seguridad, y nieto de Marcelino García Barragán, exsecretario de la Defensa Nacional, Harfuch lleva en la sangre el servicio público. Licenciado en Derecho por la Universidad Continental y con estudios en seguridad en instituciones como el FBI y la DEA, su formación es tan robusta como su compromiso con la seguridad del país. 

Durante su gestión al frente de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, logró reducir los homicidios dolosos en más del 50% y mejorar la percepción de seguridad en la capital. Estos resultados no pasaron desapercibidos para la entonces jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quien confió en él para replicar estos logros a nivel nacional.

La relación entre Sheinbaum y Harfuch va más allá de lo institucional. Se trata de una mancuerna basada en la confianza mutua y en una visión compartida de seguridad. Ambos entienden que la seguridad no se construye solo con fuerza, sino con inteligencia, estrategia y cercanía con la ciudadanía.

En los primeros siete meses de su gestión federal, Harfuch ha reportado la detención de más de 20,000 personas por delitos de alto impacto, el aseguramiento de 154 toneladas de droga y más de 10,000 armas de fuego . Además, se han desmantelado 896 laboratorios clandestinos en 19 estados, afectando significativamente las finanzas del crimen organizado. 

Estos resultados no son casualidad. Son producto de una estrategia nacional de seguridad que, bajo su liderazgo, ha priorizado la coordinación entre instituciones como la Sedena, la Semar, la Guardia Nacional y las fiscalías estatales . 

Sin embargo, su carrera no ha estado exenta de controversias. Su nombre ha sido mencionado en investigaciones relacionadas con el caso Ayotzinapa, aunque él ha negado categóricamente cualquier implicación . A pesar de ello, su desempeño ha sido reconocido incluso por agencias internacionales como el FBI y la CIA, que destacan su contribución en la lucha contra el narcotráfico. 

En el ámbito político, su influencia es innegable. Su cercanía con la presidenta Sheinbaum y su papel en la estrategia de seguridad nacional lo posicionan como una figura clave en el actual gobierno. Su capacidad para operar con eficacia y discreción lo convierte en un actor político de peso, cuya amistad es valorada y cuya enemistad es temida.

En resumen, Omar García Harfuch es más que un funcionario público. Es un operador silencioso del poder, un estratega que entiende que la seguridad es la base de la gobernabilidad y que, en tiempos de incertidumbre, la confianza y la eficacia son las monedas más valiosas.

Y aunque no todos pueden llamarlo amigo, quienes lo hacen saben que cuentan con un aliado leal y comprometido con la construcción de un México más seguro.

Por Liz Salas