La seguridad es la gran bandera de quienes han gobernado Coahuila durante tres sexenios.

Después del presunto nexo de Humberto Moreira con el Narcotráfico y el pleito que tuvo con su sucesor y hermano, Rubén Moreira Valdéz, Coahuila se convirtió en una zona de Guerra.

Los cinco primeros años de Humberto Moreira, Coahuila y sus ciudadanos estuvieron secuestrados por el cártel de los Z. Una complicidad entre la clase política y el narcotrafico, prácticamente convirtieron al Estado, en un narco estado.

Rubén, ya de gobernador, después del asesinato de su sobrino (hijo de Humberto) sintió la presión social fuertemente.

La ciudadanía EXIGÍA paz y que justamente alguien realizara su trabajo.

Rubén. Ante tanta presión y con los ojos del país puestos en Coahuila, dio un manotazo en la mesa. Tomo por completo los cuerpos policiacos y también los mandos importantes removiendo a todo aquel que estuviera coludido con el cártel.

Ahí empezó La Paz.

¿Fue Rubén víctima de las circunstancias?

Sin duda. Sin embargo; la valentía no es un tema circunstancial. Él junto con los alcaldes y las autoridades castrenses se unificaron con un solo objetivo. Acabar con el cáncer.

La estrategia fue orquestada por el equipo de Rubén y los mandos militares, los alcaldes fueron los que ejecutaron las nuevas reglas de la administración de la vida cotidiana y los operativos fueron los policías y militares.

Esta unificación de los civiles con los castrenses, dio como resultado, que desde hace más de quince años atrás, prevalezca La Paz en Coahuila. (Al menos en los enfrentamientos y balazos).

La seguridad ha sido la bandera electoral, política y de gobierno de quienes han dirigido estos últimos años el Estado, pero ninguno de ellos ha entendido completamente el significado. Después de usar a la milicia y la policía para regresar la Paz a Coahuila, ahora pueden caer en la desestabilización de la seguridad por usar a la policía y la milicia para otras cosas que no sea el principal espíritu de la policía. La Paz Social.

Amedrentar ciudadanos y periodistas o cualquier enemigo político es algo que caerse de honor y honestidad.

El periodista usa su pluma para señalar actos y excesos de quienes dirigen a los demás. Pero si se equivoca, las letras y palabras se pueden corregir. En cambio; quienes por hecho deciden tomar o emprender una acción, afectan a las demás personas. No hay marcha atrás. Es lo que ahora no sabemos si quienes dirigen la política Coahuilense tienen consciencia de esto. Muy seguramente; a muchos de ellos, solo les viene a la cabeza la venganza, el privilegio y el poder a su beneficio, antes de entender el honor que su tarea les reclama.

Usar a la policía o la milicia para actos deshonestos, solo da mala fama, desconfianza y genera todas esas opiniones negativas que hacen a las personas huir de los policías y buscan distanciamiento y no convivencia de quien tan honorable labor realizan.

No son los policías los que al cien por ciento toman decisiones, sino que obedecen órdenes de sus mandos.

Los mandos (como la religión), son los que llevan a su rebaño al buen camino. y es la vida civil; quienes los necesita para que el Estado de derecho y la justicia prevalezcan. La justicia no solo es tener fuera de las ciudades los enfrentamientos y que no haya balazos.

La justicia es un orden social que necesita la coerción de la vida civil con la vida castrense. Es tiempo que en Coahuila se avance en otros sentidos. Que la justicia social sea para todos y que los gobernantes y políticos dejen de usar a la policía (que es tan honorable) para fines políticos y de represión.

Es hora que los mandos tomen la responsabilidad que les toca, que sean un contrapeso para quienes lo dirigen y que enfrenten a quien están haciendo mal uso de la fuerza pública y del Estado de derecho.

Los políticos piensan que los policías son “peones” que pueden mandar a su conveniencia a “matar y que mueran” por ellos. Sin saber que la policía y la milicia son quienes más desean La Paz porque son los que están en riesgo constante. Y como le dijo Maquiavelo (en una carta que enseguida aquí les dejo) a Lorenzo Strozzi:

¿Qué hombre ha de tener mayor temor a Dios sino aquel que, sometiéndose cada día a infinitos peligros, necesita más de su ayuda?

Los invito a que lean y disfruten esta tan valiosa carta, y recomiendo su reflexión a quien no entiende el valor y el honor de la vida civil con la vida castrense.

Y como también cito, como comenta en la carta, este párrafo, que ahora, en mi lectora encaja:

“Y aunque sea un atrevimiento opinar de una profesión que no practico, dudo que esté incurriendo en un error al ocupar teóricamente un puesto que otros, con mayor presunción, han ocupado en la práctica; porque los errores que yo cometa al escribir pueden ser corregidos sin daño para nadie, pero los que de hecho cometen otros al actuar, sólo se conocen por la ruina de los imperios”.

Carta de Nicolás Maquiavelo a Lorenzo Strozzi

Han asegurado, Lorenzo, y aseguran muchos, que no hay nada tan contrario, y que tanto difiera, como la vida civil y la castrense. Por lo tanto, frecuentemente se ve que si alguien decide dedicarse a la milicia, no sólo cambia súbitamente de vestimenta, sino que se diferencia de todo uso civil también en sus costumbres, voz y apariencia; porque no cree poder vestir un traje civil quien desea estar dispuesto y pronto a cometer cualquier clase de violencia; ni definitivamente convienen los hábitos y costumbres civiles a quienes los juzgan afeminados e impropios de su profesión, como tampoco que muestren la presencia y lenguaje ordinarios los que, con su apariencia y blasfemias, quieren intimidar a los demás hombres. Lo que sucede en la actualidad justifica esta opinión.

Pero si consideramos las antiguas instituciones, no se encontrarán cosas más unidas, más acordes, y que se estimen tanto entre sí como estas dos profesiones; porque todas las artes que se organizan en una civilización por el bien común de todos los hombres, todas las instituciones en ella establecidas para vivir en el temor de Dios y de las leyes, serían inútiles si no existiera una fuerza pública destinada a su defensa, la cual, bien organizada, y a veces sin buena organización, mantiene a las instituciones. Por el contrario, las buenas instituciones que no cuentan con ayuda militar, se derrumban como las habitaciones de un magnífico palacio real, relumbrante de oro y piedras preciosas, cuando al carecer de techo no tuvieran nada que las protegiese de la lluvia. Las disposiciones puestas en práctica con la mayor diligencia en los antiguos reinos y repúblicas para mantener a los hombres fieles, pacíficos y temerosos de Dios, eran doblemente obligatorias a los militares, porque ¿en cuál hombre debe de buscar la patria mayor de sino en aquel que ha jurado dar su vida por ella? ¿Qué hombre debe

anhelar más la paz sino aquel que de la guerra puede recibir mayor perjuicio? ¿Qué hombre ha de tener mayor temor a Dios sino aquel que, sometiéndose cada día a infinitos peligros, necesita más de su ayuda?

Está necesidad, bien tenida en cuenta por quienes daban las leyes a los imperios y por quienes se dedicaban a las actividades militares, ocasionaba que todos los hombres ensalzaran la vida del soldado e intentaran imitarla con gran obsesión. Sin embargo, corrompida la disciplina militar y olvidadas casi por completo las antiguas reglas, han surgido estas opiniones nefastas, que hacen aborrecer a la milicia y rehuir toda clase de relaciones con quienes las ejercen. Y juzgando por lo que he visto y leído, que no es imposible restablecer las antiguas instituciones militares y devolverles en cierto modo su pasada virtud, decidí, para no pasar este tiempo de ocio sin hacer nada, escribir, para satisfacción de aquellos que aman las acciones antiguas, lo que yo sepa del arte de la guerra. Y aunque sea un atrevimiento opinar de una profesión que no practico, dudo que esté incurriendo en un error al ocupar teóricamente un puesto que otros, con mayor presunción, han ocupado en la práctica; porque los errores que yo cometa al escribi pueden ser corregidos sin daño para nadie, pero los que de hecho cometen otros al actuar, sólo se conocen por la ruina de los imperios.

Por lo tanto, usted, Lorenzo, luego de evaluar la calidad de mi esfuerzos, deberá censurarlos o exaltarlos. Se los mando para demostrarle mi agradecimiento —aunque mis aptitudes nada le aporten- por los beneficios que me ha hecho, y porque siendo costumbre honrar con obras similares a aquellos que destacan por nobleza, sus riquezas, su ingenio y liberalidad, sé que usted no tiene muchos pares en riqueza y nobleza, pocos en ingenio y ninguno en liberalidad.

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