Armando Fuentes
Agencia Reforma
CIUDAD DE MÉXICO 04-Jan-2024 .-En la amable capital de Coahuila se vivieron intensos días de Revolución.
Cuando la Revolución. Saltillo (igual que en la Independencia, cuando sus mujeres entregaron sus prendas de oro y plata para comprar fusiles; igual que en la Reforma, cuando los saltillenses dieron abrigo y descanso a Juárez y a los suyos), apoyó fervorosamente a Francisco I. Madero, que desde un balcón del Gran Hotel Coahuila habló a la multitud vitoreante (cuando la policía iba a apresarlo Madero se pasaba al balcón del otro lado del hotel y continuaba hablando, y así, alternándose con Roque Estrada hasta que el mitin terminó).
Siguieron luego a Carranza los saltillenses en su lucha contra Huerta después del sacrificio de Madero, y fueron los diputados saltillenses, aquellos de la Legislatura Veintidós, los primeros en emitir un decreto desconociendo al gobierno usurpador. (Un veterano de aquellas cruentas luchas me contaba con orgullo cómo asistió a don Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, en los últimos instantes de su vida: «-Murió en mis brazos Venustiano, licenciado. Apenas alcanzó a decirme: «-Compadre, ái le encargo la República»).
Quién mucho, quién poco, todos los saltillenses supieron de los azares de la Revolución, aunque no fuera sino como aquel viejo a quien sus hijos comunicaron su irrevocable decisión de levantarse en armas: «-Ya quisieran levantarse temprano, desgraciados».
Ejemplo de esa vida fue el tío Molesto. Don Modesto Cárdenas se llamaba, pero sus sobrinos le decían el tío Molesto porque era dado a zaherirlos con remoquetes, burlas picantes, travesuras de todo orden. Y su esposa, que a veces lo acompañaba en esas bromas, no salía tan bien librada con sus sobrinos, que le decían María Molona, en vez de Molina, como era su apellido.
Los dos, doña María y don Modesto, eran buenas gentes, sin embargo, y toda su malicia se reducía a inocentes ligerezas, como aquella que ponía en práctica el tío Molesto, que a una vaca suya le puso el nombre de «La Concurrencia», para poder asomarse a la sala y anunciar a las señoras que estaban de visita:
-La merienda se servirá tan pronto ordeñemos a «La Concurrencia».
Tenía otras vacas lecheras el tío, y en el zaguán de su casa vendía a los vecinos el rico producto de su ordeña, aquella leche substanciosa que daba nata con sabor de mantequilla para las meriendas saltilleras de pan recién horneado y gorditas de harina. Eran los tiempos en que las casas de Saltillo tenían patio, traspatio, caballeriza y corral, de modo que iban de una calle hasta la otra. Las costumbres eran casi rurales, y así en aquellos corrales las gentes tenían gallinas, palomas, el obligado marranito, la vaca, todo un zoológico doméstico.
De sus vacas estaba muy orgulloso don Modesto. Tenía para ellas cuidados de padre. A cada una, igual que a «La Concurrencia», le tenía su nombre.
Y decía el tío Molesto:
-La que me da más leche es «La Noria».
Y diciendo así dejaba pensado a quien lo oía si acaso «La Noria» era una vaca que así se llamaba y que rendía buenos litros, o si era la noria que estaba en el traspatio de la casa, y que convenientemente ordeñada daba buenos volúmenes de agua para aumentar la leche. Bien podía ser eso: si Nuestro Señor hizo el milagro de convertir el agua en vino, ¿por qué no convertirla en leche? Cristiana debe ser, y para ello requiere las aguas lustrales del bautismo. Pero no: la leche que vendía el tío Molesto era pagana, hereje leche sin bautizar, y aquello de «La Noria» no pasaba a ser más que otra de las gracejadas de aquel simpático saltillense que dejó en muchos la grata memoria de su donosura y de su ingenio singular.