Cuando de pequeños estudiamos la Historia de nuestro país se nos inculcó que las culturas
prehispánicas florecían cuando los españoles llegaron y conquistaron México. Dicha idea
contiene dos mentiras monumentales que es importante aclarar, porque nos hicieron
crecer con resabios injustificados y, sumadas a las invasiones francesa y norteamericana,
victimizados en el tiempo.
La primera mentira es muy fácil de identificar: en 1519 México no existía. Nuestro país vio
la luz como tal tres siglos después, en 1821, con la firma de los Tratados de Córdoba entre
Agustín de Iturbide y el Virrey Juan O´Donojú, y la entrada triunfal del Ejército Trigarante a
la Ciudad de México el 27 de septiembre de ese año.
De hecho, México no fue víctima de la Conquista, sino su consecuencia. Lo que había en
nuestro continente cuando llegaron los hispanos eran extensas llanuras habitadas por
tribus nativas hostiles, sobre todo en el norte, y otras con mayor desarrollo y civilidad,
como la azteca, la maya, la zapoteca y la olmeca.
A diferencia de los ingleses protestantes que desembarcaron más al norte y concentraron
a los indígenas en reservaciones y promovieron un sistema económico de mercado, los
peninsulares católicos se mezclaron con los locales e impusieron un sistema de
explotación. Ese mestizaje y esa forma de interacción económica dieron origen a nuestro
México, 300 años después de la Conquista.
La segunda mentira no es tan evidente. Cuando hace 500 años Hernán Cortés arribó a lo
que hoy es Veracruz, el nombre de España no estaba consignado en ninguna parte. Era
entonces la península ibérica, compuesta por reinos independientes como los de Castilla,
Aragón, León, Navarra, Sevilla, Toledo o Córdoba, entre muchos otros.
Hernán Cortés era castellano. Pretender asignarle la nacionalidad española equivaldría a
convertir en norteamericano a Ignacio Zaragoza por haber nacido en Texas cuando aún
pertenecía a México.
A América la descubrió el italiano Cristóbal Colón, auspiciado por Isabel I de Castilla y
Fernando II de Aragón, mejor conocidos como los Reyes Católicos (no de España, que aún
no existía), título emitido por el papa Alejandro VI. Precisamente a raíz de ese matrimonio
comienza a configurarse la unificación ibérica.
A los mexicanos nadie nos ha conquistado. Nunca. Somos un orgulloso y florido producto
del mestizaje y la fusión de dos culturas. Queremos y respetamos a nuestros ancestros: al
indio nativo y al europeo barbado, aunque aún haya quienes reniegan de su estirpe.
Somos lo mejor de dos mundos.

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