Las frutas y verduras son nuestras grandes aliadas. Con pocas calorías, nos proporcionan
una gran cantidad de nutrientes y las vitaminas y minerales necesarias para vivir y
mantenernos sanos. Además, nutren no sólo nuestro cuerpo sino también nuestro
lenguaje.
Las utilizamos continuamente en frases de todo tipo: motivacionales, “Si la vida te da
limones, aprende a hacer limonada”; tendenciosas, “A tu amigo pélale el higo, a tu
enemigo el durazno”; ilustrativas, “El que es-pera, desespera”; las que riman, “¿Qué te
pasa, calabaza?”, hasta descaradas, como aquella atribuida a un político de la vieja
guardia que decía “La moral es un árbol que da moras”.
Las frutas y verduras dotan a nuestro lenguaje de connotaciones únicas. Al destacar lo
fresa de una amiga o lo mango o mamey de su galán, no es necesaria mayor descripción.
Pero ojo, su aplicación es exclusiva del castellano y funciona, específicamente, para los
mexicanos. A un conocido, que a la pregunta del vista aduanal de “¿Algo qué declarar?”
respondió juguetonamente con un “Naranjas”, le desarmaron la camioneta… ¡Toma
chango tu banana!
Al distraído que no entiende porque “está tragando camote” se le vuelve a explicar “con
peras y manzanas”. Si de plano le vale “tres pepinos” y sigue en ascuas, o no se le
entiende lo que dice por tener una “papa en la boca”, se le manda mejor “a freír
espárragos”. Y a manera de defensa, el aludido pudo haber replicado: “¿Y tú vendes piñas
en el mercado?”.
Las frutas y verduras juegan también un rol importante en la asignación de apodos. A los
pelirrojos suelen referirse como zanahoria; tomate, a quienes exhiben las mejillas
sonrojadas, o berenjena, a quienes tienen el cuerpo con esa forma. Otros sobrenombres
vegetales van más orientados a la personalidad que al físico, como nopal, al baboso, o
cebolla, al maestro que hace llorar a sus alumnos.
Para destacar la veracidad de un hecho se habla “al chile”; a un desgraciado se le llama el
“hijo de la guayaba” o se le amenaza con “romperle su mandarina en gajos”. El que
carece de dinero “no trae sal ni para el aguacate”, y quien tiene un gran reto debe “parir
chayotes” para salvarlo.
Al punto más destacable o inesperado de un tema o evento se le suele llamar “la cereza
del pastel”, y al niño se le conmina a dormir o dejar de llorar intimidándolo con un
siniestro y aterrorizante personaje, “el coco”.
Y ni qué decir de su uso en los albures y la picardía nacional. ¡Es amplísima su
contribución! Consumamos pues frutas y verduras, pues no sólo fortalecen nuestro
cuerpo, sino que también hacen un tanto divertido nuestro léxico.

Por