En tiempos de agitación internacional y volatilidad financiera, como los anticipados para el
2019, solemos culpar a los mercados, esos delicados entes abstractos y etéreos que
pueden cambiar destinos y destruir economías en un santiamén. Pero, ¿son realmente
esas figuras imaginarias las causantes de todos nuestros males?
Por supuesto que no. Los mercados, en general, no son anónimos. Están compuestos por
seres racionales con influencia relativa en su respectivo sector. No se tienen que poner de
acuerdo, pues con simples acciones y reacciones pueden generar en el agregado un poder
avasallador.
Los mercados son inexorables, aun en economías planificadas. Sus leyes son de
observancia obligatoria y no se pueden abrogar. Y cuando se pretende suprimirlos por
decreto, siempre surgirá un vigoroso mercado negro que reconecte la oferta con la
demanda, como en el caso del tráfico de estupefacientes.
Aunque por su relevancia los principales mercados son los financieros, existen infinidad de
tipos, muchas veces interrelacionados entre sí. Prácticamente los hay para todo, desde
zanahorias hasta vehículos. Son sensibles, y si bien utilizan información real y datos duros
para formar juicios de valor y tomar decisiones, también confían en su instinto y no
menosprecian las percepciones.
Tienen muy en cuenta las señales enviadas por las autoridades en la materia como lo son,
para el caso de los mercados financieros y de tipo de cambio, la monetaria y la fiscal. Y la
verdad, es que son bastante predecibles.
Para muchos, los mercados son despiadados y severos. Quizá tengan razón. Pero no dejan
de ser la configuración más eficiente para asignar los recursos en las economías. Su
función es la de armonizar a compradores y vendedores mediante la determinación de un
precio. Ese precio puede ser el de un Picasso, el del frijol, el tipo de cambio o la tasa de
interés, que es el precio del dinero.
Son como una gran ola al acercarse a la playa: gran aliada si nos montamos en ella, pero
implacable si osamos atravesárnosle. Y son como los amigos: escuchan y están siempre
atentos; son honestos y transparentes, y piden el mismo trato; son receptivos a los guiños
y las señales; y también son confiables… mientras no nos equivoquemos con ellos.
Los mercados son a la vez caprichosos y volubles, fiables y enigmáticos. No nos queda de
otra más que aprender a vivir y convivir con ellos.






