La libre competencia es el mantra de la economía neoclásica. La caída del Muro de Berlín
desmoronó también las teorías intervencionistas del estado en la economía. El capitalismo
ha demostrado ser el sistema más eficiente en términos de ganancias y asignación de
recursos, pero no es perfecto. De hecho, dista mucho de serlo.
La competencia es el acicate que obliga a la creatividad, a la responsabilidad, al esfuerzo y
a la mejora continua. Los mercados competitivos regularmente derraman beneficios en
muchos más lugares de los evidentes, y generan externalidades positivas en varios
sectores de la sociedad, incluso en otros países.
Un ejemplo emblemático es la empresa Airbus, producto de una política industrial
europea diseñada tanto para fortalecer la cooperación y el progreso tecnológico de
Europa como para inyectarle una fuerte dosis de competencia al mercado de la aviación
civil, dominado principalmente por el gigante norteamericano Boeing.
A dos décadas de su consolidación, el proyecto ha cumplido con creces sus objetivos.
Aunque el centro de ensamble se localiza en Toulouse, Francia, cuenta con 16
instalaciones más ubicadas en España, Alemania y Reino Unido, dando empleo a más de
63 mil especialistas y un gran impulso a la transferencia tecnológica y humana en Europa.
Adicionalmente, y más importante, Airbus ha beneficiado indirectamente a todos quienes
utilizan o han utilizado el avión como medio de transporte en el mundo, pues al
incursionar en el mercado de la producción de aviones obligó a reducir el precio de las
aeronaves, lo cual finalmente se traduce en pasajes aéreos más baratos para todos.
Entonces, ¿es siempre buena la competencia? La respuesta es “No”. Imaginemos por un
momento que pudiéramos escoger entre 100 empresas de distribución de energía
eléctrica o servicio de telefonía fija para nuestros hogares. Habría tantos cables tendidos
que viviríamos en la penumbra, y, además, representaría una gran pérdida de eficiencia
por la multiplicación de costos.
En estos casos, como en los ferrocarriles, el transporte urbano y tantos otros, lo más sano
es admitir la existencia de un monopolio natural y darle un tratamiento especial. Es vital la
intervención responsable del estado para separar la infraestructura del servicio, y así
promover una competencia justa. La competencia en el mercado debe sustituirse por la
competencia por el mercado.
Es cierto, la competencia no siempre es buena. Pero la mayoría de las veces, sí que lo es.

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