Una investigación de la agencia británica independiente de consumidores Which? ha revelado la paradoja del verano: La mayoría de helados de vainilla no contienen ni vainilla ni helado.
La vainilina, un saborizante sintético que suele extraerse del guaiacol, un derivado del petróleo, es lo que suele aportar el sabor a los helados y otros productos que no contienen vainilla natural.
La vainilla ya es la segunda especie más cara, por detrás del azafrán. A pesar de su cotización en los mercados internacionales, los productores malgaches solamente ganan un cuarto del precio de exportación.
A esto se le suma lo delicado del propio cultivo de la vainilla: Su polinización es manual y tan sólo puede realizarse durante parte de un único día, en las horas cuando la flor se abre. Solamente así podrá crecer una vaina, que al cosecharla, habrá que curarla al sol durante el día y fermentarla en cajas durante de la noche en un proceso que dura entre tres y seis meses.
El encarecimiento de la vainilla ha conllevado también conflictos en el campo, donde los campesinos se arman tanto como pueden para vigilar sus cultivos de los saqueadores que quieren hacerse con el preciado botín.
Por lo que respecta a la cuestión de los helados, según la investigación de Which?, la nata, la leche fresca y los huevos que definen a los helados están siendo sustituidos por productos más baratos a causa de una desregulación ocurrida en 2015.
Hasta entonces, la definición de helado tenía que ajustarse mínimamente a la receta tradicional, por la que cada dulce debía contener un 5 por ciento de lácteos grasos y un 2.5 por ciento de proteína de leche.







