Por Luca Pistone. Colaborador

 La cara de la niña está completamente cubierta de ampollas y costras de color rojo. Podría parecer sarampión o varicela. “Pero no, son chinches -dice Sadiq mientras señala la cara de su pequeño Warda-. Estamos infestados. Hace semanas que reclamamos un médico. Pero nadie nos hace caso”.

Sadiq es de Alepo y tiene unos 30 años. “Turquía, la isla de Lesbos e Idomeni”, resume, enumerando las etapas de su éxodo. El de todo un pueblo. Después de la expulsión de Idomeni, ahora vive en Kordelio, en un centro de acogida cerca de Tesalónica.

Detrás de él, en las inmensas instalaciones de Softex, cientos y cientos de personas, lejos de las tiendas polvorientas, tratan de encontrar un poco de respiro para mitigar los 35 grados permanentes del verano griego. “No sé si es peor dormir aquí -dice Sadiq- o bajo la lluvia y el barro de Idomeni”.

Por los alrededores de Tesalónica, la segunda ciudad más grande de Grecia, han surgido varios centros de acogida, gestionados formalmente por las autoridades griegas. Se trata de maltrechos cobertizos o incluso instalaciones industriales abandonadas.

Actualmente albergan a la diáspora de Idomeni. Y es aquí donde, justo después del desalojo de finales de mayo, fueron trasladados los 11 mil que ocupaban las tiendas de campaña y otros campos informales que estaban cerca. Como la Eko Station y el Hotel Hara, a pocos kilómetros de la frontera con Macedonia.

En Policastro ahora está Nea Kavala. Cerca de Kilkis está Cherso. Y luego está la galaxia de centros en el metro de Tesalónica: Oreokastro, Sindos, Sinetex, Softex.

Uno de los más grandes es el centro del área de Kordelio, conocido como Softex, que toma el nombre de la planta industrial en el interior de la que fue creado. Aquí viven más de dos mil personas, en condiciones cuanto menos precarias.

Duermen en tiendas de campaña hacinadas, mayoritariamente en el exterior, al aire libre. Los más afortunados están en el interior de un almacén sin ventilación y sin iluminación. Tienen a su disposición una serie de baños químicos que no alcanzan para todos.

“Aquí los niños juegan entre desechos y objetos peligrosos -cuenta Ahmad, que es de Dara, en la frontera con Jordania, y que se ofrece como guía en el campamento-. Ahora la gente muere por el calor”. No exagera: en Softex ha muerto gente. Ocurrió el pasado 28 de julio, cuando perdió la vida una mujer joven.

“Se llamaba Raghda -dice-, era siria. Se cayó al suelo por un ataque de epilepsia. No pudimos hacer nada. Tenía poco más de 30 años”. Inmediatamente después del trágico suceso, la comunidad de refugiados de Tesalónica inició una serie de manifestaciones por las calles de la ciudad para pedir condiciones de vida más dignas.

“No podemos seguir viviendo aquí -asegura Mahmoud, que se fue de Homs con su familia-. Aquí detrás hay un desagüe. Está lleno de cucarachas y ratones. Y luego están los restos de los procesos industriales, por todas partes. No me fui de la guerra para ver cómo mis hijos mueren de tétanos o quién sabe qué otra enfermedad en Grecia”.

Recientemente la agencia griega para el control y la prevención de enfermedades (Keelpno) pidió el cierre de Softex y de otros quince centros de la zona de Tesalónica. Una inspección encontró “graves riesgos para la salud de los inmigrantes y la población circundante”.

Uno de los principales motivos de preocupación es la calidad del agua, aunque la utilicen sólo para lavarse, que en algunos centros podría estar contaminada, particularmente en los que están en antiguas fábricas, como Softex.

Bajo el almacén, junto a la tienda de su familia, el pequeño Abderrahman ha sustituido a su tío Zakariya en el trabajo durante unos minutos. “¡Cigarrillos!”, grita con fuerza para llamar la atención de los transeúntes.

La tía, que está cerca, le grita, incapaz de no sonreír: “Un niño no tendría que vender cigarrillos”. “Lo hago para redondear -explica en cambio Zacarías, que huyó de Damasco-. Aquí el dinero nunca es suficiente. Vivo con el miedo de que alguien de mi familia puede ponerse enfermo. Sólo nos tenemos a nosotros”.

El propio personal médico presente en el campo, que pertenece a la Cruz Roja Griega, a Médicos Sin Fronteras y a otros grupos, es crónicamente insuficiente.

“El problema es el gran número de personas que hay -explica Traianos, un joven voluntario de la Cruz Roja de Tesalónica-. Son demasiados. Y la ubicación no ayuda en absoluto. Yo estuve en Idomeni la primavera pasada para prestar servicio a los refugiados. A muchos de ellos los he encontrado aquí. Y, en honor a la verdad, no sé si las condiciones son mejores en este campo, que no es provisional sino gestionado por el gobierno”.

En Softex y otros centros de su alrededor los inmigrantes están a la espera del resultado de la solicitud de asilo, de la agrupación familiar o incluso de la adhesión al programa europeo de reubicación. Antes que nada hay que pre-registrarse. Pero los hay que escapan de eso.

Entre las vías, no muy lejos de la zona de Softex, Yassine y tres amigos argelinos han encontrado refugio dentro de un par de vagones abandonados desde hace años y llenos de residuos.

“Dormimos aquí -dice él- y tratamos de colarnos en el campo cuando distribuyen las comidas. Nosotros no estamos registrados. Nosotros somos harraga (en árabe, ´el que quema la frontera´), inmigrantes económicos. Los últimos de la fila”.

Yassine tiene 18 años y habla español con fluidez: “Crecí en Menorca -dice-, mis padres murieron. Desde entonces trato de salir adelante sólo con mis fuerzas. Vamos a tratar de llegar a Macedonia de alguna manera y seguir hacia los países de Europa Occidental. Tal vez llegue hasta mi tía, que vive en Francia. Los que viven en los márgenes de los márgenes, como nosotros, saben cómo hacerlo”.

 

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