Aquel que conoce el poder de la palabra presta mucha atención a su conversación. Vigila las reacciones causadas por sus palabras, pues sabe que ellas «no retornarán al mismo punto sin haber causado su efecto». –Florence Scovel Shinn
El libre albedrío existe desde hace muchos años, tantos, que la palabra misma encierra cierto misterio en su significado. Además, es poco es usada en estos tiempos modernos, en los que expresarse sin ton ni son, a menudo se confunde con “tengo derecho a decir lo que quiero”.
Las redes sociales han revolucionado la manera en la que nos comunicamos, pero al mismo tiempo han abierto la caja de pandora de las calamidades de la comunicación social y humana.
Vi en una nota, que las nuevas generaciones no gozarán de la satisfacción que se siente al romper una fotografía, y es verdad. Ahora todo es por correo o por celular. Hace días les pedí una fotografía a mis alumnos con sus padres, y cuál fue mi sorpresa, el ochenta por ciento se tomó la fotografía ese mismo día porque solamente tenían fotografías en el celular.
El tener al alcance de la mano material digital, ha provocado que imágenes, videos y notas de periódico circulen en cuestión de segundos atravesando ciudades, países y hasta continentes. Podemos compartir lo que sentimos y lo que pensamos con el resto del mundo, y está bien. El problema está en que no somos conscientes en muchas de las ocasiones de lo que publicamos. No nos percatamos de a quién podemos perjudicar con nuestras acciones, a quién podemos dañar o a quien podemos meter en un serio problema, incluidos nosotros mismos.
Expresar lo que sentimos no es malo, la manera en que lo hacemos si, sobre todo si se trata de comer prójimo, somos muy dados a juzgar, criticar y casi aseverar lo que estamos compartiendo. Siempre ha existido el chisme y la calumnia, pero la gran diferencia es que antes solo lo sabía nuestro entorno más cercano, ahora lo sabe el mundo entero y si estábamos equivocados, dudo mucho que vayamos de ciudad en ciudad desmintiendo lo que anteriormente jurábamos era verdad.
Creo que los medios de comunicación se crearon valga la redundancia, para comunicarnos, para estar en contacto con nuestros seres queridos que viven lejos, con amigos o con una pareja que por equis o ye se tuvieron que separar. Esto creo yo, es una prueba ferviente del poder de las redes sociales, antes sólo se comunicaban por cartas y luego por teléfono hasta llegar el celular. Lo que dudo mucho es que se hayan creado para que las personas negativas publiquen lo mucho que les molesta todo en general, o para que saquen a flote todas sus frustraciones criticando al por mayor, dañando la imagen de otros, y peor aún, publicando fotografías falsas, haciendo uso de los mismos avances tecnológicos.
Ser respetuoso de lo que otro dice o piensa siempre ha sido una ley de convivencia social, sin embargo en las últimas décadas este código se ha quebrantado de una y mil maneras. No verificamos la información, y lo comento porque hasta a mí me ha pasado; queremos que todos piensen que yo estoy en lo correcto o que lo que digo es la verdad absoluta y créanme no puede ser así; buscamos desenfrenadamente una lluvia de likes o de shares más que el buscar informar a los demás, y sobre todo, nos referimos a alguien indirectamente, esperando que responda directamente, y entonces Facebook y Twitter se vuelven una guerra campal cibernética, donde por lo regular quien es el afectado es el último en darse cuenta.
Comúnmente, lo que escuchamos sobre alguna persona o situación muchas veces afecta más de lo que creemos. Pues las palabras, aunque no pudieran parecerlo, tienen un impacto enorme en la vida de todas las personas.
Creo que deberíamos analizar un poquito más y ser más conscientes de qué es lo que decimos, qué es lo que compartimos y a quién prestamos oídos. Un método que nos ayuda a valorar qué debemos oír sobre las personas y qué resulta conveniente dejar pasar es la prueba del triple filtro, el cual se le atribuye al filósofo griego Sócrates.
El relato cuenta lo siguiente:
Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:
¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?
Espera un minuto – replicó Sócrates. –Antes de decirme cualquier cosa querría que pasaras un pequeño examen. Es llamado el examen del triple filtro.
¿Triple filtro?
Correcto. – continuó Sócrates– Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea tomar un momento y filtrar lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro.
El primer filtro es la verdad: ¿estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
No, – dijo el hombre– realmente sólo escuché sobre eso y…
Muy bien, dijo Sócrates. ¡Entonces realmente no sabes si es cierto o no! Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad: ¿es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?
No, por el contrario…
Entonces, – continuó Sócrates– tú deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Tú puedes aún pasar el examen, porque queda un filtro; el filtro de la utilidad: ¿será útil para mí lo que vas a decirme de mi amigo?
No, realmente no.
Bien. – concluyó Sócrates. –Si lo que deseas decirme no es cierto ni bueno e incluso no es útil, ¿por qué querría saberlo?
Muchas veces, nos dejamos llevar por lo que escuchamos sin tomar en cuenta la certeza, la utilidad o lo bueno que es dicho comentario. Muchas personas, con imprudencia, prefieren hacer de las incertidumbres certezas, y perder valiosas amistades (incluso podrían perder más que eso).
Antes de hablar, de publicar o de pensar siquiera en hacerlo, una manera para poder protegernos de esas ideas dañinas es utilizando este filtro cada vez que estemos ante un “me dijeron que…” u “oí que…” sin la fortaleza de la certeza que lo sustente. Ponerlo en práctica te puede ahorrar muchos problemas, ¿por qué no comenzar a hacerlo desde hoy?
Y para qué son las alas, sino más que para volar…






