México, 4 abr (EFE).- Botellas de champán que centuplican el raquítico salario mínimo mexicano, coches de lujo impagables para la inmensa mayoría y fastuosas fiestas de las que alardean en redes sociales son el día a día de un puñado de jóvenes de familias adineradas, los “mirreyes”.
Detrás de esta obvia ostentación, más que cuestionable en un país donde casi la mitad de la población es pobre, estos “niños ricos” son además un reflejo del clasista sistema instaurado en el país.
Se creen de una estirpe superior, iluminada, y por ello piensan que sus acciones no tienen consecuencias. Viven en la impunidad.
“El mirrey se asume como un ser humano aparte del resto de los mortales. (…) El mirrey no sería lo que es si se abstuviera de desigualar en el trato que entrega a sus semejantes”, identifica Ricardo Raphael, autor del libro “Mirreynato. La otra desigualdad”.
La pasada semana saltaron de nuevo todas las alarmas en México al conocerse el caso de Daphne Fernández, una menor del oriental estado de Veracruz que en enero de 2015 fue obligada por cuatro conocidos suyos a subir a un auto, el Mercedes Benz de uno de ellos, para llevarla al domicilio de uno de los agresores y violarla.
Presionados por el padre de la víctima, dos de los jóvenes, universitarios y antiguos alumnos de un colegio privado católico del puerto de Veracruz, pidieron perdón a la muchacha en vídeo, pero ahora niegan haber cometido el crimen.
Por: Yahoo noticias.






