El término homofobia poco a poco se integra al lenguaje común, aunque los terrenos que abarca suelen tener fronteras poco definidas. La intolerancia y el desprecio hacia las y los que tienen preferencias e identidades sexuales distintas de la heterosexualidad tienen muchas maneras de expresarse, a veces sin que exista conciencia. En este texto se exploran los aspectos múltiples de los fantasmas que muchas veces el mundo heterosexual se elabora a propósito de la homosexualidad.
De acuerdo con una opinión muy extendida, la homosexualidad sería hoy más libre que nunca: presente y visible en todas partes, en la calle, en los diarios, en la televisión, en el cine. Estaría incluso muy aceptada, pues así lo revelan los recientes avances legislativos en Norteamérica y en Europa en materia de reconocimiento de parejas del mismo sexo. Ciertamente se necesitan todavía algunos ajustes más para erradicar las últimas discriminaciones, pero con la evolución de las mentalidades esto sería una simple cuestión de tiempo.
Tal vez. Pero tal vez no, pues para un observador un poco más atento, la situación es muy distinta. A decir verdad, el siglo XX, en su conjunto, ha sido el periodo más violentamente homófobo de la historia: deportación a los campos de concentración en la época nazi, gulag en la Unión Soviética, chantajes y persecuciones en Estados Unidos en tiempos de McCarthy, todo eso parece ya lejano. Pero muy a menudo las condiciones de existencia en el mundo actual siguen siendo difíciles. La homosexualidad parece ser discriminada en todos lados; al menos en 80 naciones la ley condena los actos homosexuales, en ocasiones con cárcel perpetua, y en unos diez países con la pena de muerte. La homofobia se expresa aun en naciones donde la homosexualidad no figura en el código penal, como Brasil, donde en los últimos veinte años han sido contabilizados alrededor de dos mil crímenes por homofobia. En estas condiciones es difícil pensar que la “tolerancia” gana terreno.
A lo largo de los años el espectro semántico del término no ha dejado de evolucionar por ampliaciones sucesivas. En 1972, Weinberg definía la homofobia como “el miedo a estar con un homosexual en un espacio cerrado”, definición muy restrictiva que quedó rápidamente rebasada en el lenguaje común, como testifica la definición del Pequeño Larousse: “Rechazo de la homosexualidad, hostilidad sistemática hacia los homosexuales”.
Ampliando el análisis, Daniel Welzer-Lang ha sugerido una nueva definición. Para él, la homofobia “es, de modo más extenso, la denigración en los hombres de cualidades consideradas femeninas y, en cierta medida, de las cualidades consideradas masculinas en las mujeres”. De esta manera, intenta ligar entre ambas formas “la homofobia particular, ejercida contra gays y lesbianas, y la homofobia general, que toma forma a partir de la construcción y jerarquización de los géneros masculino y femenino”, un fenómeno que puede afectar a todos los individuos, cualquiera que sea su orientación sexual, lo que explicaría que el insulto “puto” se pueda también aplicar a personas claramente heterosexuales en la medida en que, más allá de las preferencias, denuncia sobre todo una infracción a esa “virilidad perfecta” que supone la construcción social de lo masculino.
La lucha contra la homofobia, cuyas causas parecen tan profundas y sus instrumentos tan eficaces, resulta una empresa muy difícil. En la medida en que las leyes que condenan o discriminan a la homosexualidad son más el efecto que la causa de la homofobia dominante, el simple hecho de abolirlas parece una medida necesaria, aunque insuficiente.
CÉSAR FELIPE DE LA ROSA
@cesaritodurondr






