OPINION.
Adrián Garza Pérez
agpconsultor@gmail.com
El Bronco coahuilense.
Ya se distingue a lo lejos una figura alucinante; un Bronco coahuilense que se yergue desafiante. Enfundado en el cuerpo herido del ciudadano agraviado por su gobierno. Gestándose en el alma confundida del pueblo noble, que molido a palos desde el poder, despierta de su modorra social y urge una batalla emancipadora.
Ver a tu propio gobierno como tu oponente, es un drama social; ver a los partidos como enemigos de la democracia, significa una amenaza. Pero el pueblo se cansa, el pueblo se harta y reacciona. Entonces, ¡surge un caudillo!, y luego, los pensadores y mexicanos de escritorio, dirán… que ya no es tiempo de caudillos, que ya superamos esa etapa nacional.
Pero estamos en regresión, lo superado ayer, es alternativa hoy. El problema no está en ser caudillo, si tu gente lo requiere; el asunto es: serlo para abrazar el desánimo y la lucha social, para luego; redimido y escribiendo el futuro, dejar de serlo. Las opciones se agotan, los modos se desgastan, los agravios se acumulan.
Escribe hace algunas semanas mi buen amigo, el prestigiado articulista Luis García Abusaid que no podrá haber un Bronco en Coahuila, o que cuando menos él no lo prevé. Es riesgoso contradecir a un experto y leído, a un ejercitado intelectual como Luis, pero lo hago consciente. Ya un bronco sentimiento crece sin control en el espíritu guerrero de los hijos del señor Zapaliname, en los herederos del Borrado y del Irritila, del Kikapú y hasta del Mascogo, mezclados en el alma del guerrero Coahuilteca, del Pajalate y Pakawa. Ignorarlo es negar lo evidente, negarlo es miopía voluntaria.
Leí una vez que, que Zapaliname, señor de los antepasados en esta tierra, decía que para ellos solo había en la vida dos tiempos: “Cuando estaban en guerra, y cuando hacían flechas”. El bronco de nuestros vecinos es el mismo nuestro, acá no se llama Jaime, aun, pero ya relincha en el espíritu salvaje, y en el corazón sangrante del valiente coahuilense.
La corrupción que insulta, la soberbia que reta, la mentira que duele. El pueblo no es estúpido, tratarlo así, con ese desprecio político, es alentar su rebeldía. El gobierno local parece incitar el odio, consiente o sínico. Es él, el propio gobierno, quién desafía la insurgencia. Un mandatario malagradecido con su pueblo, provoca: insubordinación y leva.
Los partidos, temprano en el calendario, destapan voluntarios; otros, desde el anonimato, ya escriben sus discursos de arranque de campaña; desde el escritorio palaciego, ya invisten delfinados, señuelos y tapados. Pero son opciones conocidas, son retratos de lo mismo.
Mala combinación siguiere: Cartuchos bien quemados, y otro tanto de Moreira.
O brota natural, desde algún partido, un joven liderazgo que refresque el quemadero “o se romperá el statu quo, y surgirá el plebeyo”. Coahuila quizás tiene remedio. Se evitará el estallido, se someterá el ánimo implosivo, solo si se audita al gobierno y se suelta el proceso. No más hijos del poder ni tapaderas del infierno.
Si no se disipa el brioso y encrespado ánimo del resentido coahuilense, muy pronto, un Bronco cabalgara por Coahuila, llevando en ancas, las ansias sociales y un sentimiento de guerra. En un garboso penco árabe, uno concebido para el duro desierto (“raza de caballo con buena disposición, rápido para aprender, y dispuesto a complacer. Con carácter fuerte y el estado alerta necesario en un caballo usado para los asaltos de las guerras), galopará un nuevo caudillo, escoltado de amplios contingentes, que marcharán a su vera.
Si se hubieran detenido, pero no lo hicieron. Si se hubieren mesurado, pero no quisieron. El ánimo desborda y el silencio es cómplice. Nada ya que se les parezca.
“El Bronco coahuilense”, amarra sus alforjas repletas de repudio y atadas con desprecio; ensilla su cabalgadura, monta raudo,… decidido y desafiante, acomete el horizonte.






