Una opinión, una verdad
Madre, discípula y esclava
Redacción: Kevin Jared Martínez Márquez
La Madre no gobierna, pero es fiel intercesora ante todo. Las grandes personalidades de la Iglesia Universal, es decir, los santos; siempre han establecido que «el camino más rápido y seguro para llegar al Hijo, es y será su Santísima Madre».
La virgen María ha sido, a lo largo del sendero de la reconciliación y de la salvación ante el Padre, una importantísima pieza del rompecabezas que permite y permitirá perfeccionar nuestro camino hacia la santidad.
I
La Iglesia reconoció a María como «un noble descanso de toda la Santísima Trinidad». Desde mi perspectiva, la Madre del Hijo ha sido la discípula más purísima y perfecta que haya existido jamás. Elegida por el Padre de entre toda su creación, supo reconocer debidamente a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Consagró por completo su vida, en su esencial y pura plenitud, tanto a su Hijo como a su Padre, así como a la Iglesia. Los grandes maestros de la religiosidad católica la han consagrado como «la portadora del Evangelio Vivo».
Debemos imitar las virtudes de María, puesto que ella supo reconocer, amar y servir a Aquel que nos resguarda y resguardará de todo mal.
II
La Iglesia supo también reconocer a la virgen María de una forma especial. A la Madre de Dios se le brinda un culto único; la «hiperdulía», mismo que consiste en reconocer la plenitud de gracia de Dios en ella.
El culto a los santos recibe el nombre de «dulía». «En el catolicismo, el llamado culto a los santos en nada se opone ni menoscaba el culto de latría a Dios. En efecto, el culto a los santos no termina en ellos, sino en Dios mismo. Dicho en términos sencillos, se venera a los santos por lo que tienen de Dios, por la gracia de Dios presente en ellos», establece Antonio Royo Marín, autor en teología.
Recordemos que el culto de «latría» es propio de Dios, pues solo a Él se le puede adorar y reconocer como una divinidad absoluta. La Iglesia nunca ha adorado a la virgen María, nunca la ha reconocido como una diosa, pues no lo es; así también sucede con los santos.
III
Dios no necesita la ayuda de la Virgen, ni la de los santos; pero en su infinita misericordia y amor deseó que todos ellos formaran parte de su familia, de su legado. Así mismo fue, pues Dios, al menos para la Iglesia católica, no es un «dios individualista», sino un Dios que aprecia la compañía y la colaboración de aquellos que atendieron perfectamente a su llamado.
IV
La virgen María aceptó, en virtud de su propia voluntad, el ser el puente entre Dios y su creación. Supo reconocerse a sí misma como una esclava más; por eso mismo fue elegida, por su humildad, sabiduría y obediencia.
Jesús la consagró como Madre nuestra, Madre de todos aquellos que aman al Creador. La tarea de la Virgen es atender nuestros llamados y llevarlos a su amadísimo Hijo, pues, en su naturaleza como madre, se preocupa por todos nosotros.
Recordemos que nuestras peticiones y anhelos serán atendidos en base a la voluntad del Padre, pues sólo Él sabe con dogmática precisión qué es lo que necesitamos.
V
Todos los católicos, toditos los del mundo, reconocemos la inmaculada virginidad de María, pues ella consagró toda su vida al servicio de Dios. Eso mismo debemos imitar; servir a Dios, servirlo con nuestra pobre y cambiante obediencia humana.
Debemos imitar a María, y a los santos también, no para convertirnos en sus personas, sino para, al igual que ellos, portar dentro de nosotros a Dios.
VI
¿Por qué los católicos veneramos a María? Porque amó, ama y amará a Jesús con noción íntegra. Porque sirvió, sirve y servirá al Padre con toda atención.
Pienso que Jesús la quiere muchísimo, puesto que fue una madre amorosa y compasiva. Al amar a Jesús está amando a todos los que lo rodean. Al servir al Padre está sirviendo a todos aquellos que lo rodean. Así amaron y sirvieron los santos. Así mismo, debemos amar y servir nosotros.
Quien ama al melocotón, ama al melocotonero. Quien ama el fruto, ama el árbol del cual nace el mismo. Quien ama a Jesús, ama a María. Quien respeta a Jesús, respeta a María. Quien abraza a Jesús, abraza a María.
VII
Dios Padre, enséñanos a amar y cuidar de María, tu fiel Discípula, al igual que la has amado y cuidado Tú.
Jesús, enséñanos a amar y servir a María, nuestra fiel Madre, al igual que la has amado y servido Tú.
Espíritu Santo, enséñanos a amar y respetar a María, tu fiel Esposa, al igual que la has amado y respetado Tú. Amén.






