MI OPINION.
Adrián Garza Pérez
agpconsultor@gmail.com
¡La misión de Luis Pablo!
El orden de las cosas es importante; antes de cuestionarnos, de desgarrarnos preguntando si es justo que la vida de un niño, todo amor y ternura, fuese tan frágil, tan breve; pensemos despacio, consientes y serenos…
¿Por qué vivió Luis Pablo?
Todos decían que Luis Pablo era un ángel, y sí, en el sentido semántico del término, lo era; pero en el sentido superior, en el celestial, ahora lo es. Pero, ¿y si Luis Pablo tenía una misión, una de amor y de unión de las familias (de esta forma social pura, que ha perdido el rumbo); una misión de recordar al mundo la fragilidad humana, y el sentido de sumisión al plan de Dios? Si así fuese, era entonces Luis Pablo, un ángel en la tierra.
Fueron testigos sus padres, Luis y Nayeli, del amor de tanta gente; de mucha que nunca conocieron y que quizás, jamás lleguen a conocer. Fue una lección de amor, ¿la vieron, con los ojos bien abiertos, o estaban ocupados en salvar a su hijo, como es correcto? Fueron abrazados, los tres, por su familia y amigos; por compadres y allegados, pero el abrazo fue más grande, el abrazo fue enorme. Amaron a Luis Pablo, sin conocerlo, muchas personas.
Veíamos que, contagiado por sus padres o porque él tenía que hacerlo, Luis Pablo se aferraba a la vida; eso nos pareció a quienes desde alguna cercanía, por interpósitas personas, fuimos testigos de esa pruebas de valor y de férrea actitud; de esa que, ante las agujas, los médicos y los hospitales, los químicos, y los físicos, tenía Luis Pablo; comportándose como adulto en actitud, sin dejar su espíritu angelical, de niño valiente pero enfermo.
Venció Luis Pablo al dolor, le sonrió incluso, y eso nos deja una lección.
“Los caminos de Dios son inescrutables”, es una lección tan clara como atemorizante, aunque debiera ser clara y cierta, capaz de serenar el alma; porque descubre el secreto, porque devela el misterio de la vida y la muerte. Quién pretenda vivir, entenderá que tiene que morir; quién vea en esta vida terrena el sentido de la vida, no ha aprendido nada.
Que muera un niño es tragedia, que lo haga uno bueno, tierno y sensible, parece doble transgresión; y no, no es ninguna de ellas. La vida y la muerte de Luis Pablo, son misión en vida; su muerte y vida, son lección de amor.
Vivió Luis Pablo, vivió para morir; o ¿murió para vivir? Alegrémonos entonces, enjuguemos las lágrimas, abracemos la muerte, aunque de miedo; demos gracias a Dios por traerlo a la vida, y pidámosle, de rodillas en el alma, la sabiduría para entender sus designios, para sentir una paz interior, al suponer los misterios de ¡la misión de Luis Pablo!
Que fácil escribir ante la muerte de un niño que no es tu hijo, es recelo valido de quien lea estas líneas; sobre todo los que me conocen como un sentimental sin remedio. Pero, me refiero a no llorar por dentro; a regocijarnos en el amor de Dios, manifiesto en la familia Aguilar Pereznegron; en el amor que irradió Luis Pablo, a tanta gente que lo conoció, a tanta que lo amó, aun sin conocerlo.
Es clara la lección de amor que Luis Pablo traía consigo; es clara la lección de unión de las familias, esa es una misión tan difícil, que solo viviendo y muriendo, viviendo al morir, al mismo tiempo, podría ser útil al propósito divino.
No es gratuita la concesión, no es a cualquiera, no lo es la prueba ni lo será la recompensa; es solo a familias como la de Luis Pablo, a parejas como Nayeli y Luis, que fueron escogidos desde otras latitudes, de unas superiores y magnificas, para darnos una lección a todos; para avalar una misión: LA MISIÒN DE LUIS PABLO.
Amemos a los niños con cáncer, donde quiera que estén. Pidamos por ellos, que ellos nos dan lecciones de vida, de valor, de unión. Recemos por ellos. Ellos velarán por nosotros.
Gran sacrificio es este de ser escogido, pero que satisfacción. “Hágase en mi según tu palabra señor”… Amen.