Una opinión, una verdad

Una personita especial

Redacción: Kevin Jared Martínez Márquez

Pronto cumpliré dos años de ser tío. Un tío que, desde mi perspectiva, es muy joven. Así también, una personita muy especial celebrará en grande su cumpleaños. ¡Tendremos dos cumpleaños! El tío (yo) festejará, y su sobrina también.

Cuando mi hermana nos comunicó que sería madre… No recuerdo mi primera reacción, a decir verdad, creo que no tuve tal reacción; quede por completo anonadado.

«¡¿Un bebé?!», atravesó mi pensamiento. Hasta aquel día del comunicado, mi condición de «el menor de la familia» había sido indiscutible. A los pocos meses (y digo pocos porque la vida se los roba en tan solo unos instantes), llegó «la pequeña hermosa, adorable y encantadora bebé» (al menos todos en mi hogar la llamaron de esta forma).

Al momento de verla no sabía qué pensar, o qué hacer. Todo sucedió a la misma velocidad con la que viajan las estrellas fugaces allá donde nadie conoce.

Todos la abrazaron mucho. La besaron aún más. La guardaron en su corazón aún, aún mucho, muchísimo más. Resentí, tal vez naturalmente, la llegada de esa personita. Me sentí como aquel caballero al que despojan de su armadura. Me sentí como aquel camarón que termina en un cóctel rociado con salsa picante y con mucho aceite de oliva. Admito que fue devastador. Admito que actué con basta presunción.

Sus pañales despedían un olor del todo desagradable. Su llanto era capaz de arruinar el almuerzo de la reina Isabel II. Quería mis juguetes, mis libros y todo lo que fuese mío (aún los quiere). En fin, el mundo entero giraba en su totalidad alrededor del nuevo integrante de la familia.

Llegué a enfadarme. Sentí recelo absoluto. Fue una difícil situación, aunque nadie lo perciba así. Con el paso del tiempo (a lo largo de casi dos años) comencé a interpretar el rompecabezas que Dios interpuso en mi vida.

Comprendí la relevante tarea que tenía a mi cargo. Tengo que convertirme en un guía para mi sobrina. Todos tenemos que hacerlo. Debemos brindarle valores morales, familiares, socio-culturales y personales. Es nuestra obligación hacer de esa personita todo un tesoro para el mundo entero. La principal encomienda la tienen sus padres, pero es tarea de toda la familia edificar dentro de ese ser toda una montaña dulce e intelectual.

Convertir a los niños en faroles que iluminen al mundo es tarea de todos.