MIOPINION.
Adrián Garza Pérez
agpconsultor@gmail.com
Enrique Martínez y los Moreira. (1)
Los gobernadores, una vez probando las mieles del poder, hacen lo que pueden por dejar en el cargo a su sucesor. Así ha sucedido siempre, es esta una práctica de la vieja usanza priista, de antes y de hoy, pero es también, de los gobernadores del PAN y del PRD, que, están convencidos de las conveniencias de heredar el cargo, luego de ostentarlo. Hay un gobernador de primera vez del PVE, que seguro imitará conductas.
Enrique Martínez y Martínez, gobernador de Coahuila de 1999 a 2005, recibió en la campaña el concurso de un joven profesor, con una corta carrera en el servicio público, un inquieto maestro que era operador político en el gremio magisterial, y que había desertado de las filas del Montemayorismo, a raíz de la precampaña de EMyM. Siendo más claro, Humberto Moreira, viendo la cargada hacia Enrique Martínez, en un impulsivo acto de oportunidad, rompió con Rogelio Montemayor, abruptamente, “vendiendo su habilidad electoral” al futuro candidato, lo que le costó su cese fulminante de la Delegación del CONAFE.
En campaña, Humberto Moreira, hizo valer su maña electoral y convenció al candidato EMyM de su cercanía al magisterio, lo que le permitió inaugurar el gabinete desde la Secretaría de Educación. El gobernador Martínez, agradecido por la habilidad de HM, lo conmina a buscar la candidatura del PRI a la alcaldía de Saltillo. Aquel profesor con sombrero vaquero, aquel muchacho con carencias y afecto a la vagancia y la disipación, nunca soñó con llegar a dirigir su ciudad. Dijo, entre lágrimas a sus amigos, que ese apoyo de Enrique Martínez, lo hermanaba con él, ¡hasta la muerte!
Enrique Martínez, contrario a su costumbre de conservar el foco social y mediático solo para sí, permitió que el novel profesor se luciera en campaña y como alcalde de la capital; no resulta cómodo al gobernante que el munícipe de la capital le robe imagen, que quiera destacar incluso por encima del que manda, pero la generosidad de Martínez y Martínez, fue evidente. El plan sucesorio de un hombre experimentado, dejaba que las cosas fluyeran de forma natural.
¿Quién puede atreverse a presumir que Humberto Moreira llegaría, solo por méritos propios y por su propia voluntad a la candidatura al gobierno de Coahuila?, solo un iluso o un mentiroso. Fue Enrique Martínez, desde la silla estatal, quién propuso al partido (PRI) el efecto democrático, aquel de la pasarela y los cinco precandidatos, quién facilitó todo a Humberto Moreira, para que democráticamente ganara como abanderado del PRI. Luego de una campaña popular, y de mucho trabajo, luego de una elección constitucional, EMyM hereda la gubernatura a su nuevo amigo, a su sexenal colaborador; al joven Moreira. Nunca dudó EMyM que Humberto ganaría la elección y que sería un buen gobernador.
Dejó Enrique Martínez, muertos y heridos en el hecho sucesorio, amigos resentidos y enemigos para siempre; no entendieron que aunque tuviera un favorito en su mente, había liberado el proceso y privilegiado la trasparencia y democracia del proceso. Humberto, ya como gobernador electo, le prometió lealtad a toda prueba y continuidad del proyecto de Martínez. Pactos implícitos entre caballeros de la política, que podían anticipar un trato especial a los martinistas durante el sexenio que iniciaba. La razón no la sé, aunque pudiera adivinarla, pero nunca hubo un trato preferente, ni se impulsó la carrera de Enrique Martínez Morales, como podía esperarse de alguien agradecido.
Humberto tiene un hermano mayor que presumía dirigir, con su preclara inteligencia, su carrera y su camino a la gubernatura; corre, el interesado, el rumor desde entonces. Rubén, el otro Moreira, aseguraba que el plan era solo de él, que tanto Rogelio Montemayor como Enrique Martínez habían sido alfiles de su ajedrez político; que a él y a su habilidad, y solo a él, le debía su hermano la proeza de llegar a la gubernatura; a pesar de sus deficiencias políticas y de su poca inteligencia. Humberto Moreira podrá ser tachado de lo que sea: desleal y oportunista, traidor o cortesano; pero fue popular y muy hábil, querido por la gente del pueblo, operador político eficaz, y sagaz para colarse hasta las cocinas ajenas. Es Humberto una persona inteligente y capaz.
La habilidad de Rubén nadie la cuestiona, pero habla muy mal de su persona, su afán de restar méritos y capacidades a su hermano y de querer borrar el hecho de que Enrique Martínez, sin celo alguno, más bien con afecto y reconocimiento, le allanó el camino a la gubernatura a Humberto, por el solo hecho de que creyó en él. Rubén carece de los atributos de su hermano Humberto: no es popular, no es simpático, no baila ni se acerca a la gente, su físico no es igual; su hermano es delgado, enamorado y ahora hasta fortachón, mientras que Rubén… TERMINA PRIMERA PARTE.






