La semana pasada recibí una invitación para asistir a la presentación del nuevo libro de Jorge G. Castañeda, “Amarres perros”. Sin duda confirmé mi asistencia. Siempre es interesante escuchar las opiniones de personajes polémicos sobre acontecimientos sociopolíticos tanto pasados como actuales. Desde mi escaso conocimiento de los planteamientos y posiciones de Castañeda, a quien he leído en diferentes ocasiones en las revistas “Nexos” y “Proceso”, creo que es un escritor que llana y tajantemente debe leerse. Muchas de sus ideas ponen el dedo en la llaga. Hacen saltar por los aires el diletantismo moralizante. Exhibe una mente profana que a muchos disgusta, incomoda y los saca de su zona de confort.
Su libro es una especie de travesía por la historia política reciente de nuestro País, desde luego a través de la mirada profana del autor. También nos presenta rasgos de las luchas guerrilleras latinoamericanas y de los procesos sociopolíticos e ideológicos de esos países. Estas visiones, que condujeron su participación en esos procesos, de ninguna manera son propias de una mentalidad romántica. Más bien su acercamiento a lo cotidiano a través de una mirada dialéctica le permite develar el misterio que hay atrás de esos acontecimientos. Su posición ecléctica -o como él mismo caracteriza su quehacer “…pragmático, democrático y caliente”- lo ha llevado a ser, en la práctica, un agente polémico.
La formación que recibió producto de las diferentes circunstancias que a lo largo de su vida ha experimentado, creo que le da el soporte para esa forma de actuar, en la que también, como él lo dice: “Mi problema siempre ha sido el ‘timing’: me equivoco en el momento de tener razón”.
Castañeda nació en la Ciudad de México. Inició su primaria en el Distrito Federal y al segundo año ya estaba escrito en una escuela en Estados Unidos. De ahí pasó a una escuela en El Cairo y a los 12 años vuelve a México. Antes de regresar recorrió en coche, con su papá y su hermano, parte de Europa. Después de estudiar la preparatoria en la capital del País, se trasladó a la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, donde obtuvo la licenciatura en sólo dos años presenciales.
Esta experiencia con el tiempo lo llevó a proponer “la necesidad de crear un sistema de educación superior apropiado, es decir, que no imponga sino que facilite la proposición de encrucijadas decisivas”. Que también lo expresa de la siguiente manera: “Debemos modificar la estructura de la educación superior para cercenar el cordón umbilical que une las prepas con las licenciaturas, y debemos posponer por lo menos durante dos años adicionales la selección de una carrera, de una profesión, de un camino en la vida”.
Continuó su formación académica en París, Francia. Estudió el doctorado en Historia Económica en la Universidad de París. Ahí se relacionó con los discípulos de Louis Althusser, de la École Normale Supérieure, a quien le reconoce que lo “enseñó a pensar con rigor, valentía política y claridad”, buscando “ser a la vez marxista, disidente de la ortodoxia comunista y aspirante a una visión cosmopolita del mundo, de la lucha de clases y de la vida”.
También su experiencia producto de los viajes que ha realizado, de sus recorridos por el mundo, le han dejado un sinnúmero de vivencias y relaciones que le permiten confrontar la realidad de nuestro País. Sus conclusiones sobre diferentes temas siguen siendo polémicos, causan escozor. Por ejemplo, su idea de que no basta con cambiar al inquilino de Los Pinos para transformar la realidad de México, sino cambiar la casa, no es compartida por muchos miembros de la clase política mexicana. Pero una cosa sigue siendo cierta, la alternancia cambió al inquilino. El régimen de partido hegemónico de estado pasó a un régimen de pluralidad política, pero las reglas del juego siguen siendo las mismas. Seguimos usando las viejas reglas políticas en las nuevas circunstancias del País, ésto reproduce quiérase o no, los viejos vicios.
Como dice Castañeda “…en nuestro País la gente no suele contar por escrito los pormenores de su existencia”, por ello, como también él lo señala en este libro, “…representa una pequeña ruptura con la tradición mexicana de callar todo o de pagarle a otros para que hablen”. Por eso hay que comprar “Amarres perros”, para conversar y disentir con Castañeda. Ya que no hay mal que por bien no venga.
Salvador Hernández Vélez
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