MI OPINION. 
Adrián Garza Pérez
agpconsultor@gmail.com
Dicotomía: Elegido, electo.
¿Si no te gustan los elegidos, no te gustarán los electos? La lógica, es la parte de la filosofía que estudia las formas y principios generales que rigen el conocimiento y el pensamiento humano, de ella se desprende que: En un razonamiento válido, si las premisas son falsas, por ende, la conclusión será falsa. Si no te gustan los candidatos, no te gustará el funcionario; si no confías en el candidato y en sus promesas, o en sus formas de ganar el voto, no te gustará como gobierne o como legisle, una vez electo. No hay forma de que te guste totalmente un candidato que tú no elegiste. 
Como sociedad mexicana estamos atrapados en una democracia disfrazada, una simulada de poder del pueblo y para el pueblo, cuando en la práctica electoral, y de gobierno, vivimos una real y efectiva partidocracia, y de ella, de una oligocracia; y no, no es juego de palabrotas, que con solo escucharlas o leerlas, como en este caso, suenan a ofensa; y de hecho, lo son. Sí, votamos candidatos, pero no los elegimos, porque los presentan los partidos, pero los eligen los dueños de los partidos; unos pocos, nos dejan pocas opciones, y eso,… ¡no es democracia!
Luego viene el problema ético, el de la ideología y la lealtad al partido; esa que te condena si votas por otra opción que convenga más a los interesas legítimos de tu país o de tu estado, de tu distrito o de tu colonia; de tu familia o de tu conciencia. Traidor, convenenciero, falso, oportunista; sí, todos esos adjetivos se gana el que vota por otro candidato (uno que también eligieron unos pocos), ¿y a ellos, quién los juzga, quién los hará sentir mal? En ellos, subyace, una apátrida traición, sin cargo alguno de conciencia. No votar tampoco puede ser alternativa válida, aunque sea digna salida.
Y luego nos preguntamos casi extrañados o juzgamos, el que haya quienes propongan anular el voto, o votar por gente que no está en la boleta, para con ello no validar imposiciones y dejar un mensaje evidente de desánimo y de descontento social, por la imposición de candidatos, que en muchos casos, ni sumados dan el ancho del que el pueblo elector merece. Atrévanse entonces a juzgar al pueblo diciendo la estupidez de “tenemos el gobierno que nos merecemos”.
La premisa falsa otra vez es causa de una conclusión falsa; si no elegimos candidatos, solo tendremos opción de votar por el menos malo de los que otros eligieron y que son nuestro universo de votación posible, y eso no es elegir al gobernante, ni tener el gobierno que merecemos; es tanto como tener al gobierno y al gobernante menos malo por el que pudimos votar. Candidatos no son igual a democracia, como votar candidatos tampoco lo es.
Las candidaturas independientes, los candidatos “ciudadanos” que buscan los partidos para presentarlos como carne fresca ante un elector harto y desganado, en distritos competidos o donde los emanados de ese partido han mentido o defraudado a sus votantes, o los personajes que como liderazgos emergentes quieren sustituir al candidato trillado y viciado de siempre, son todas, manifestaciones de hartazgo y de la evidencia de una sociedad que no encuentra el camino cierto para elegir y luego votar, y en consecuencia lógica; si yo elijo a este, por este voto.
El abanico electoral debe abrirse en toda su amplitud posible. Los partidos quedarán fuera de la jugada si no se abren a su militancia y al pueblo. Los partidos habrán de escuchar, de permitir la crítica interna, las censura gremial y sectorial; y, hasta dejarse empujar por los cambios democráticos, pero esos que empujan desde abajo, no que pisan desde arriba.
Los partidos van dejando de ser parte, y el problema reside en que, ser parte, es el origen de su nombre; traicionan su nombre, olvidan su origen y fracturan el ánimo social, dejaron de ser opción representativa. El gran partido de los sin partido, esa reflexión de antes que se convirtió en el drama de hoy.
Y ahora, hay que representarnos solos, elegir de entre trillados, cobardes y saltimbanquis (que mudan de apartido más que de calzones), de una suerte de improvisados, que aun con su honesta voluntad y coraje ciudadano, llegarán a un cargo sin la expertiz ni la convicción que se requieren. Otra vez lo menos malo, irse por el nuevo, por el artista, el cura, el payaso, el independiente “llanero solitario”, aunque no tengan idea de a dónde ir y menos de cómo llegar. 
Par empujar democracia, ¿votaremos al teatrista que está dispuesto a hacer su mejor papel, sin actuar en una obra y sin un guion ni un script? No, elegir candidatos para elegir bien, es la opción dicotómica, y hasta entonces, podremos pedir: “zapatero a tus zapatos”.

              
 




