El tren de la energía
México tiene historia de trenes, del ferrocarril de carga y del de pasajeros; una enorgullecedora de construirlos, cuando don Porfirio y años posteriores (legado que impulsó el comercio terrestre y movió a México, de destino en destino, barato y dignamente), y la de los últimos sexenios, de abandonarlos y venderlos a la IP, menospreciados.
Dicen que hay proyectos en el tintero, de reavivar los trenes, de dar vida nueva al ferrocarril. ¿Recuerdan a aquel regiomontano, que salía de Nuevo Laredo, cruzaba Nuevo León y al llegar a Saltillo, era abordado por muchos de nosotros para ir al DF?, partía cerca de las 6 de la tarde o algo así.
Dormíamos en camarotes, había un vagón restaurant bar y otros espacios para jugar dominó o departir durante toda la noche, para llegar al DF temprano en la mañana… la última estación era “Lecherías” (según recuerdo); tengo nostalgia de recordar esas épocas, usé ese servicio por muchos años, en los que bregué en las dependencias financieras y de contraloría en la capital. ¿Cómo permitieron que se acabara el servicio ferroviario, en qué obtusa cabeza cupo tal aberración, tal descuido social?
Con el magno recorte al presupuesto federal, se aplazarán proyectos de gran calado como el de recuperar el ferrocarril como servicio de pasaje, en cuanto al de carga, ya está monopolizado por empresas extranjeras como Kansas City Southerm, pero queda “La Bestia”, el ominoso tren que mutila a los soñadores y al propio sueño americano de supervivientes, hambreados y maltratados por la vida, allende la frontera sur, y de nuestro paupérrimo sur también; ese destartalado y vejatorio tren que posee el magnate minero Larrea, quien lleva un tren de vida muy distinto al de sus mineros y al de sus pasajeros. No sé cuándo volverán los trenes, dignos y accesibles, humanos y nacionales, a correr por las vías, las férreas y las ciudadanas; ojalá sea pronto.
Hay otro tren, el tren rápido de la energía, ese al que México quiso arrancar sin consultar a nadie, ese que nos llevaría a recorrer el mundo petrolero, a explorar y sumergirnos en la bonanza energética, con luz de todo tipo y tipos. Ese tren, construido en el ánimo gubernamental y en las mesas de grandes corporaciones y gobiernos extranjeros, estaba legalmente reformado (por aquello de las reformas) y presto a competir con otros trenes bala de aquel “lejano oriente” y de este “cercano occidente”; aquel donde según el Gobierno están desorientados y este nuestro, por el que, según nuestra propia lectura, estamos occidentalizados y por ende, bien orientados.
Luego vino el cortocircuito, una sobrecorriente exógena que sobrecalentó el mercado y derribó el precio del insumo y por ello el valor del negocio. Se derrumbaron los valores y se cayeron las ilusiones. ¡Aprendamos a administrar la riqueza!, presumió un expresidente, apodado “El Perro”.
Una camarilla estaba convidada al festín: una selecta cúpula mixta de empresarios, funcionarios y ex mandatarios; los demás, eran espectadores de diversas categorías: Si tu estado tiene gas o petróleo o similares, eras tipo uno; si en tu estado había empresarios involucrados en el tema energético y tenías nexos con ellos, eras tipo dos; si no tenías ni lo uno ni lo otro, eras simple espectador.
Pero hubo quienes, aun advertidos de la unilateral división de roles, se impulsó como pudo y subió al tren ya arrancado, sin boleto y sin invitación. El tren colapsó, ya todos lo vimos, pero al topar de lleno con el muro de los precios, construido por entes que temían el impulso mexicano, chocó el tren y se cayeron muchos. Los previsores, bien sentados y abrochados, resintieron el golpe y siguen aporreados; pero los polizones se rompieron la crisma.
Coahuila era polizón, sin duda, se rompió la crisma, sin duda también; pero el golpe fue tan duro, que nublado de las entendederas, aún sigue pensando que el tren sigue su curso y que se detuvo a cargar combustible. Romperse la crisma duele y duele saberla rota, entonces hay que opacar sus efectos; con máscara electoral, simular salud.






