Ocampo, un desierto… 
EL PADRE ESCOBEDO, que para fortuna nuestra es también ávido redactor e historiador, escribió un libro tan sencillo como elocuente, tan aleccionador como didáctico; todo versa sobre nuestro olvidado desierto de Coahuila. El nombre del libro dice casi todo, describe y denuncia: “Ocampo, tierra inmensa, lejana… olvidada…”. Publicado en julio del 2007por el Consejo Editorial del Estado, presidido entonces y durante muchos y fructíferos años por el entrañable maestro Arturo Berrueto González, con quien tuve la fortuna de colaborar, hace algunos ayeres.
M. RODOLFO DÍAZ DE LEÓN, “muy respetable padre y educador”, dice de él el Profesor Berrueto, en su vasto prólogo que enriquece este libro. No conozco en lo personal al padre Escobedo, pero conozco al desierto y conozco Ocampo. Lo he recorrido, en algunos tramos, por algunos años, siempre de cacería de su venado bura, tan imponente como el mismo desierto coahuilense. Debo decir que leyendo el libro, con el que me entusiasmé temprano en su lectura, en la biblioteca de la casa familiar, voy sintiendo que conozco un poco al padre Escobedo y a su compromiso por el desierto.
OCAMPO ESTÁ OLVIDADO y está olvidado el desierto en Coahuila; lo está su gente, su campo, su exigua ganadería y su decadente industria de la cera de candelilla y de la talla de lechuguilla (hoy secuestrada por caciques), incluso la empresa cinegética. Da en el blanco el agudo padre Escobedo, desde el título del libro. Es inmenso Ocampo, tanto que representa cerca del 18% del territorio del estado, y es el tercero más extenso del país (dato del libro). Pero es inmenso de igual forma en generosidad, la de su gente, laboriosa y sufrida, olvidada casi de la mano de dios, pero ciertamente olvidada por los gobiernos, los de antes y en especial por los de hoy. Bueno, es justo decir que a dios debemos la también inmensa belleza de ese desierto, inmensidad y desierto que nos dibujan como sociedad coahuilense, bella e indolente.
OCAMPO SE MUERE de inanición. Sé que irresponsablemente desperdicio espacio de este breve editorial, denunciando el abandono institucional, la indiferencia social y la insultante pobreza que azota a esa región de nuestro desierto, pero siento que debo hacerlo; compensaré en otros artículos y abundaré en el bagaje generoso del padre Escobedo, sobre el origen y presente de esta tierra, lejana y abandonada, pero inmensamente admirable. De Ocampo he escrito antes y seguiré. Me siento muy abstraído y obnubilado cuando voy al desierto, tengo amigos allá y hay que decir, como ejemplo, que su “Laguna de la Leche”, es un espectáculo y una gran bendición, cuando está llena de agua y cuando está seca.
LA SIERRA, CUNA de la madera, conocida hoy como Sierra de la Madera, descrita en estas suaves páginas del libro como una “mole pétrea”, es muy extensa: parece cuidar a Cuatro Ciénegas, ergida enfrente de su casco, luego se va bordeando los límites con Ocampo, para irse abriendo imponente a la par de este desierto coahuilense y rumbo al de Chihuahua. Es una muralla plena de vegetación y fauna endémica. Cimarrones, águilas reales, chivos berberiscos, eran fauna de ayer. Don Esteban Rodríguez, viejo ganadero de ahí de La Laguna de la Leche, amable y conocedor, dice que las águilas desplegaban sus alas de dos metros de largo y despeñaban a los borreguitos cimarrones para comérselos, en natural cadena alimenticia… 

              
 




