Después del artículo ¿Quién inventó el aula?, que escribí hace unos meses, en diferentes ocasiones he tenido oportunidad de que algún lector me exponga sus comentarios, al respecto de las ideas ahí expresadas. Ello me ha hecho reflexionar sobre las mismas. Por ejemplo, en relación con la necesidad de combatir las posiciones dogmáticas en la educación, Germán Iván Martínez Gómez, señala en su artículo Filosofía para no filósofos lo siguiente: “Sin embargo, no solo el sacerdote transmite dogmas que deberán ser aceptados, asumidos y retransmitidos, sino también los profesores. La escuela se ha convertido en una especie rara de santuario donde los catedráticos –no olvidemos que silla en griego era edra; y cátedra, el banco o la silla “elevada” desde la cual el maestro explicaba la materia de su enseñanza– ofician y oficializan el saber que debe memorizarse y repetirse”.
Sin duda, desde que se inventó el aula, la posición del maestro ha sido de privilegio. Siempre por encima de los alumnos. La propia infraestructura educativa toda así está construida. Por ello las diferentes propuestas que plantean transformar la enseñanza centrando el proceso enseñanza-aprendizaje en el alumno se enfrentan en primer lugar con la forma como están diseñadas las aulas. Y con las costumbres de la forma como se enseña desde hace cientos de años.
Una propuesta que invita a reflexionarla es la que sostiene que el proceso educativo debe ser un proceso de trabajo-aprendizaje, ya que de lo que se trata es que el estudiante al término de sus estudios universitarios se incorpore a la economía, al trabajo. Por lo que la educación debe ser en el trabajo, sobre el trabajo y para el trabajo. Ya que la estrategia fundamental de sobrevivencia del hombre se ha sustentado en el trabajo, a la vez que el trabajo es la actividad fundamental para comprender y transformar la naturaleza en beneficio de la especie humana. De aquí la tesis fundamental que sostiene Eduardo Malagón Mosqueda en su libro “El Espejo”: “El Trabajo ha constituido y constituye la fuente fundamental natural e histórica del aprendizaje para el hombre”. De lo que se trata es que los formadores entiendan que enseñar no es transmitir, no es “llenar recipientes”.
Que aprender es un acto donde el individuo construye y reconstruye explicaciones sobre la realidad, al propio tiempo que construye y reconstruye su inteligencia. Como dice Adolfo Orive “Caminante y camino se hacen al andar”. Esto es lo que los alumnos aprenden haciendo funcionar el saber, que aplican a tal o cual situación de aprendizaje y en ese proceso a la vez que aprenden desarrollan su inteligencia.
Este rol en la Didáctica fundamental como lo plantea Ricardo Cantoral, esta también ceñido al conjunto de condiciones externas en el que se desarrollará el alumno. En el marco socioepistemológico se entiende de una manera más amplia, extendida a la organización social, aun fuera del aula o entiéndase, en sentido figurado a un aula extendida en una sociedad del conocimiento. Esta nueva posición exigió a la Socioepistemología, grandes cambios en su concepción teórica, dado que busca incidir en las prácticas humanas del aprendizaje, en escenarios diferenciados. Esto conllevó a cambiar entonces la noción de aula, la de sociedad y la de saber. Esto nos lleva a reconocer que el conocimiento no se confina al aula.
Cantoral sostiene: “La idea paradigmática en la Socioepistemología es que el conocimiento lo construyen los seres humanos en el ejercicio de una gran cantidad de prácticas normadas por muy pocas prácticas sociales, es decir, se parte de una posición filosófica ante la construcción del conocimiento que supone su existencia sólo hasta que éste es socialmente construido. Una epistemología tradicional de conceptos, como los paradigmas usuales supone la existencia previa del conocimiento, aun sin existir el individuo mismo. Así que el deber del individuo será bajo este enfoque el de adquirirlo, las consecuencias inmediatas de esta posición de la Socioepistemología es que los objetos matemáticos no sólo viven en la aula, en el sistema escolar, sino que dichos objetos matemáticos trascienden, son llevados y utilizados en la vida cotidiana en el contexto social del alumno o más ampliamente del que aprende”. De esta forma los conocimientos van y vienen de la escuela a la vida y viceversa en un movimiento que no para.
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