“Si volver es una forma de llegar.”
Alejandro Lerner
Por su inminente transformación en el INE, hemos empezado a despedirnos del IFE, una institución señera a la que mucho le debemos los mexicanos e insignia de una nueva época política en nuestro país, que arrancó con su nacimiento, el 11 de octubre de1990.
Es una institución central de nuestro proceso democrático; es una referencia obligada al hablar de política moderna en México. No podemos pensar en la transición a la democracia o en nuestra estabilidad política sin pasar por el IFE y los mecanismos de limpieza, transparencia y confiablidad de los que ha revestido una y otra y otra vez a nuestros comicios y sus resultados a lo largo de ocho elecciones federales, cuatro de ellas presidenciales.
Concebida para lanzar al país a un futuro de pluralidad convenida en la ley, la institución realizó con éxito indiscutible ingentes aportaciones a nuestro régimen político en todas las manifestaciones del ciclo electoral e, inclusive, por fuera de las elecciones, en temas como la educación cívica, tan necesaria siempre para la formación de ciudadanía democrática, a la vez tan indispensable en toda república constitucional.
Para celebrar el ciclo vital del IFE, la familia electoral se reunió ayer, jueves 20 de marzo de 2014, en la sede institucional, allá en Viaducto Tlalpan y Periférico, aunque no estaban todos los que son ni eran todos los que estaban. Se congregaron para reflexionar sobre el arranque, el trayecto y la meta, y sobre el cambio, la renovación y el futuro. Lo hicieron orgullosos y satisfechos, entre abrazos y anécdotas, congratulaciones y añoranzas. Como buenos árbitros profesionales, lo hicieron, como acostumbran, con visión de Estado, sentido de República y seriedad política.
Gran parte de lo que México le debe al IFE quedó explicado impecablemente por su Consejero Presidente, Benito Nacif en su intervención inaugural: “En estos 23 años, la forma de organizar elecciones ha cambiado por completo, conviene ver de dónde veníamos para darnos cuenta de cuánto hemos avanzado. De este camino recorrido debemos aprender e inspirarnos para construir un futuro aún mejor. El avance en materia democrática no ha sido terso ni fácil. Por el contrario, durante estos 23 años el país ha experimentado diversas crisis políticas que han tenido su origen en las elecciones; crisis que, sin embargo, se han logrado encauzar a través de las instituciones del Estado y han encontrado respuesta en reformas a nuestras leyes y prácticas electorales. Los acuerdos para estar en desacuerdo, los consensos básicos de nuestra joven democracia, se han venido modificando a partir de estas experiencias difíciles pero aleccionadoras. Y el IFE ha sido a lo largo de estos 23 años el instrumento del Estado mexicano que ha servido para poner en práctica los cambiantes consensos traducidos en reformas electorales”.
Como toda fiesta que se respete, el invitado principal tenía que ser el líder primigenio, autoridad moral de la materia, y tenía que decirnos unas palabras a manera de brindis por un tránsito institucional y político bien contado, bien defendido, bien vivido. Al presentarlo, recibimos al grandísimo José Woldenberg con una atronadora ovación de pie de cerca de cuatro minutos, situación inédita en la historia de la institución, cargada de emociones en carne viva como la gratitud y el reconocimiento.
Con gran acierto, Woldenberg expresó que: “Desde su fundación la tarea fundamental del IFE fue la de construir confianza en el único método que ha inventado la humanidad para que una comunidad masiva, compleja y contradictoria, como lo es México, pueda expresarse, recrearse, competir y convivir de manera institucional y pacífica: Las elecciones… En 1989-1990, fechas en las que se diseña el IFE, México ya había asimilado las primeras derivaciones de aquella operación reformadora de ’77; vivía el país una dinámica que se autoalimentaba, partidos cada vez más implantados generaban un incremento en la competitividad y esa competencia incrementaba reforzaba la centralidad de los partidos, pero ambos fenómenos aunados reclamaban que las elecciones fueran limpias y transparentes, que la voluntad popular se respetara”.
Tengo para mí que así como el México contemporáneo no se puede entender sin el IFE, el IFE no se puede entender sin Pepe, que frente al espontáneo homenaje, fiel a su estilo, permaneció al mismo tiempo incómodo e impertérrito. Yo creo, muy sinceramente, que al ovacionarlo, en realidad estábamos ovacionando al IFE que se va y con el que tantas deudas tiene la Nación entera, pero en especial muchos funcionarios de mi generación que empezamos nuestras carreras y encontramos nuestra vocación aquel 11 de octubre aprendiendo rápido, durmiendo poco, imaginando todo y trabajando mucho.
Siempre es difícil despedirse de un amigo querido y fiel; de un compañero apreciado que creció con nosotros y a cuyo lado crecimos; de un patrón generoso que nos enseñó el oficio y nos contagió la pasión por el servicio. Aunque hay cierta tristeza, se siente cierta satisfacción, sobre todo si el amigo, el compañero o el patrón cumplieron a cabalidad con su misión y encomienda, y si además lo hicieron con lealtad, honor, convicción. ¡Viva el IFE!
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