En México, como en muchos países, cambio y desarrollo son las palabras
infaltables en el discurso de los candidatos. Seducen y persuaden a los
ciudadanos cortejándoles con promesas reformistas. Pero nada ocurre. O por lo
menos, casi nada cambia.
Pero, ¿por qué transformar a México? ¿Por qué trocar un país rico en recursos
naturales, envidiable geográfica y culturalmente, y lleno de mexicanos
trabajadores? Porque pese a ello, impera la pobreza y la corrupción. Porque
ocupamos los últimos lugares en educación. Porque nos azota la violencia y el
narcotráfico. Porque la democracia, al igual que nuestros recursos naturales se
ahogan en la voracidad de los monopolios. Por la desigualdad social. Y aun
sabiendo lo anterior, resulta increíble entender la pasividad del Ejecutivo y
Legislativo durante los últimos sexenios.
Tras más de 15 años de retraso en torno a las Reformas estructurales
necesarias en el país, a iniciativa del presidente, los diputados y senadores han
atendido la denominada Transformación de México. Comulgados a través del
Pacto por México, implementaron diversos cambios en el orden constitucional y
aprobaron leyes secundarias para dar mayor sentido a estas reformas. Contrarios
a las prácticas atávicas, partidistas y divisionistas; empujaron una reforma
educativa apremiante, una reforma hacendaria inaplazable, una reforma
energética ineludible y otras acuciantes.
verdaderamente útil es entenderlas como el camino modernizador que precisa la
globalización y que la nación demanda. Lo adecuado es vigilar su estricto
cumplimiento. Lo provechoso es ejercer los beneficios. Pero para percibir el
beneficio de las reformas, habrá que vigilar e impedir la presencia de la
discrecionalidad y de la corrupción. Habrá que combatir las prácticas monopólicas
que corroen la democracia, que se resisten a la transformación, que cercenan las
posibilidades de miles de mexicanos y que perpetúan los cotos alcanzados a
través de privilegios oligopólicos.
Ejecutivo y Legislativo auguran una nueva etapa de prosperidad y desarrollo
para México. Aunque las reformas aprobadas por los congresos no son la
panacea inmediata para todos los males que aquejan a nuestro país, son
instrumentos que combaten el estancamiento nacional y permiten un desarrollo
progresivo de la competitividad, de la productividad, de la educación y la
transparencia. El cambio estructural de México es indispensable para su
transformación y desarrollo, y las aprobaciones del Legislativo prometen
posibilitarlo.
Mientras tanto, la pregunta perenne es y seguirá siendo ¿funcionarán como
deben?
Veremos y diremos.







