A mi madre, doña Manuela Vélez Adriano, le debo mi arraigo por mi natal Viesca. Ella cultivó con mucho esmero en mí y en mis hermanos y hermanas el amor por mi pueblo, por nuestra familia y por la gente de este hermoso lugar, enclavado en el semidesierto de la Comarca Lagunera. Como consecuencia de ello, aprendí a dimensionar lo valioso del entorno ecológico en un espacio semidesértico, en donde hasta el silencio expresa cosas.Llevo en mi memoria: los manantiales el Ojo Azul, el Juan Guerra, las Marraneras, las acequias que atravesaban este pueblo -de las que en aquellos años, con tinas, sacábamos el agua para regar la calle-, rebosantes de agua hacia las parcelas que estaban en las afueras del pueblo.Ahora Viesca dejó de ser un hermoso oasis al que la irresponsabilidad de la sobreexplotación de los acuíferos y el afán de lucro, como la inconsciencia, lo transformó en un páramo. Se nos agotó el agua y, por qué no decirlo, con ello se extinguió la vida.Cuando era niño tuve la oportunidad de conocer Juan Guerra –el manantial más grande que había en mi pueblo–, sus acequias surcaban nuestro Viesca.Recuerdo también que en la casa de mi abuela materna –mi “Mamá María”, doña María Adriano–, sacábamos el agua para las actividades domésticas del pozo del patio de la casa. Con una tina amarrábamos el asa a un mecate que se enredaba a un malacate hecho de madera de mezquite en forma de cilindro. Le dábamos vueltas a una manivela, pues el espejo del agua lo veíamos muy cerca, a menos de diez metros, y se aparecía la tina desbordando el agua que habíamos tomado del pequeño manantial subterráneo. Me encantaba echarle pequeñas piedras para escuchar el ruido ante el impacto de las mismas en el agua.Las casas de Viesca en aquella época contaban con esas norias artesanales para proveerse del agua. Todo esto se terminó. Nos lo acabamos, porque rompimos el equilibrio ecológico que la propia naturaleza le proporcionó a mi pueblo.En gran parte el desequilibrio se lo debemos a la construcción de las presas a los largo de los ríos Nazas y Aguanaval, del Distrito de Riego 017 de La Laguna, y la perforación indiscriminada de pozos para extraer el agua del subsuelo y a la cultura del desperdicio, porque en aquellos tiempos se regaban las parcelas por el método de aniego, al cabo había mucha agua, pues esta sobraba y ni quién pensara que nos la íbamos a acabar, que las futuras generaciones padecerían su escasez.De niño íbamos a Viesca desde Acacio, Durango, pueblo minero donde vivíamos, para que pasáramos las vacaciones con nuestros familiares. Hacíamos el recorrido en tren de pasajeros, mismo que desapareció a consecuencia del proceso de globalización que padecemos. En Acacio la vida era muy sencilla. Temprano mi mamá nos despertaba a mis hermanos y a mí para ordeñar 50 cabras. En este ejido no había vacas. Consumíamos leche de chiva. La hervíamos lo suficiente para matarle las bacterias y jamás nos enfermamos de fiebre de malta. Mis hermanos y yo, así como mis tíos, hermanos menores de mi papá, nos peleábamos la nata para comerla en una tortilla, ya fuera de maíz o de harina o en una semita. Al final, raspábamos la olla, esa nata era muy sabrosa. También eran muy apreciados los calostros de chiva, esto es la primera leche después del parto, le mezclábamos un poco de azúcar y era un gran manjar.En Acacio no había energía eléctrica, ni agua potable. El agua que consumíamos era transportada en tanques de ferrocarril y vaciada a unos enormes aljibes montados afuera de nuestra casa, todavía existen. Cuando andábamos en el monte bebíamos de los estanques que se llenaban con agua de lluvia. La compartíamos con burros, caballos y otros animales del monte. Nos agachábamos para tomarla y antes de hacerlo, soplábamos para quitar la basura de los mezquites y para espantar a los mosquitos que pululaban sobre el agua. No recuerdo que nos hayamos enfermado por esa causa. Ahora tomamos agua potable, o embotellada, aunque esté desmineralizada.Viesca me trae muchas reminiscencias que nunca terminaría de platicar. Finalizo con una frase que le expropié a mi hermano de pila, Alfredo Martínez Espinoza, hijo de mi querido padrino Nicanor Martínez: “Salí de Viesca, pero Viesca nunca ha salido de mi corazón”. Creo que debemos conocer de estas experiencias para hacer conciencia de la urgencia de cuidar nuestro entorno.jshv0851@gmail.com

              





