Nombre de la Columna: Nombre del Autor: Marcos Durán Flores Nombre del Artículo: Un punto azul pálido
Han pasado 36 años desde aquel 5 de septiembre de 1977, día en que la NASA lanzó al espacio la sonda espacial Voyager I. Su misión era explorar y recabar información científica de los volcanes de Júpiter y los anillos de Saturno así como de los los sitios por los que atravesaba en su viaje. La pequeña nave está equipada con una cámara fotográfica y un disco de oro nombrado como “Sonidos de la Tierra” con música, sonidos e imágenes de la diversidad del planeta y un mensaje de paz grabado en 55 distintos lenguajes, dirigido a cualquier forma de vida que pueda ser encontrado. El contenido del disco, fue seleccionado por un comité científico que presidió Carl Sagan.
Fue la propia NASA que anunció el jueves pasado lo que sin dudas es un hito en la historia de la exploración especial: Después de recorrer 19,000 millones de kilómetros viajando a una velocidad de 62,500 kilómetros por hora, el Voyager I se ha convertido en el primer objeto humano en completar un viaje interestelar dejando atrás nuestra burbuja solar, para salir a la heliósfera y adentrarse en el espacio profundo.
Eso me hizo recordar cuando en 1990, ubicada entonces a 6,000 millones de kilómetros de distancia, el Voyager I tomó la fotografía de un «Punto azul pálido»: era la tierra. La fotografía inspiró al astrofísico y divulgador científico Carl Sagan a escribir su libro “Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio”. En la página 14 de esta obra, Sagan hace una descripción de la fotografía que por su belleza me atrevó a compartir de forma íntegra: “Desde esa posición tan alejada puede parecer que la Tierra no reviste ningún interés especial. Pero para nosotros es distinto. Echemos otro vistazo a ese puntito. Ahí está. Es nuestro hogar. Somos nosotros. Sobre él ha transcurrido y transcurre la vida de todas las personas a las que queremos, la gente que conocemos o de la que hemos oído hablar y, en definitiva, de todo aquel que ha existido. En ella conviven nuestra alegría y nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cazadores y recolectores, héroes y cobardes, creadores y destructores de civilización, reyes y campesinos, jóvenes parejas de enamorados, madres y padres, esperanzadores infantes, inventores y exploradores, profesores de ética, políticos corruptos, superestrellas, «líderes supremos», santos y pecadores de toda la historia de nuestra especie han vivido ahí… sobre una mota de polvo suspendida en un haz de luz solar.
La Tierra constituye sólo una pequeña fase en medio de la vasta arena cósmica. Pensemos en los ríos de sangre derramada por tantos generales y emperadores con el único fin de convertirse, tras alcanzar el triunfo y la gloria, en dueños momentáneos de una fracción del puntito. Pensemos en las interminables crueldades infligidas por los habitantes de un rincón de ese pixel a los moradores de algún otro rincón, en tantos malentendidos, en la avidez por matarse unos a otros, en el fervor de sus odios.
Nuestros posicionamientos, la importancia que nos auto atribuimos, nuestra errónea creencia de que ocupamos una posición privilegiada en el universo son puestos en tela de juicio por ese pequeño punto de pálida luz. Nuestro planeta no es más que una solitaria mota de polvo en la gran envoltura de la oscuridad cósmica. Y en nuestra oscuridad, en medio de esa inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de algún lugar capaz de salvarnos de nosotros mismos.
La Tierra es el único mundo hasta hoy conocido que alberga vida. No existe otro lugar adonde pueda emigrar nuestra especie, al menos en un futuro próximo. Sí es posible visitar otros mundos, pero no lo es establecernos en ellos. Nos guste o no, la Tierra es por el momento nuestro único hábitat.
Se ha dicho en ocasiones que la astronomía es una experiencia humillante y que imprime carácter. Quizá no haya mejor demostración de la locura de la vanidad humana que esa imagen a distancia de nuestro minúsculo mundo. En mi opinión, subraya nuestra responsabilidad en cuanto a que debemos tratarnos mejor unos a otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos







