TRAS BANDERAS: EL BUEN JUICIO EN LA POLÍTICA SERGIO J GONZÁLEZ MUÑOZ Sir Isaiah Berlin es uno de los más importantes filósofos y autores del siglo XX. En 1996 publicó uno de sus aportes fundamentales al conocimiento universal: “El sentido de realidad. Estudios sobre las ideas y su historia”, que contiene un gran cuerpo de textos. Los ocho ensayos tratan varios temas, pero el que interesa para TRAS BANDERAS es el segundo. En inglés, el texto se llama POLITICAL JUDGEMENT, que traducido al español de forma literal, resultaría “Juicio Político” y eso entre nosotros remite al fuero y al proceso cuasi jurisdiccional al que el Congreso sujeta a algún alto funcionario infractor de reglas o principios constitucionales. Sin embargo, luego de leer el textoen su lengua original, puede deducirse que en realidad se refiere al buen juicio en política. El ensayo empieza así: “¿Qué es tener buen juicio en política? ¿Qué es ser prudente o talentoso en política, ser un genio político, o al menos ser políticamente competente, saber cómo lograr que se hagan las cosas?” Para atisbar alguna respuesta, Berlin vuelve a incomodar con otra cuestión: ¿qué es aquello que pensamos que les falta a nuestros políticos cuándo los fustigamos? Seguramente, que no están a la altura de la circunstancia política del momento, que están anclados en el pasado o que anticipan un futuro imposible; que van a contracorriente de la historia, que no entienden el entorno internacional, que son insensibles al dolor y la demanda social, etcétera. Esas carencias, dice el autor, indicarían que existe un cuerpo de conocimientos al que se puede acceder para apropiárselos. Inmisericorde, el autordispara de nuevo: “¿en qué consiste este conocimiento? ¿Es el conocimiento de una ciencia? ¿Existen realmente leyes que descubrir, reglas que aprender? ¿Se puede enseñar a los hombres de estado algo llamado ciencia política… integrada, igual que otras ciencias, por sistemas de hipótesis verificadas organizadas en leyes, que permitan, mediante experimentos y observaciones adicionales, descubrir otros hechos y verificar nuevas hipótesis?” Naturalmente, estas son preguntas ancestrales.Berlin declara que los filósofos con aspiraciones científicas del siglo XVIII afirmaban que dichas leyes existían. Para argumentar usa un ejemplo contundente de medicina. Dice que lo aprendido por el estudiante en libros y teorías no es suficiente para sanar a un paciente enfermo, pero también que es fatal no conocerlas. Hace escarnio de los sociólogos optimistas del siglo XIX que alegaban que había principios generales que podían desprenderse, estudiarse y hasta predecirse al observar con suficiente atención y tiempo a los grandes hombres de Estado, como lo podían lograr la biología o la química. De este modo, el buen juicio en política, afirmaban dichos estudiosos de lo social, no era más que producto de las reglas de un cuerpo normativo construidas desde y con el método científico. Como consecuencia, el misterio del buen gobierno había sido desvelado, podía aprenderse y enseñarse y era, entonces, una cosa de competencia y especialización profesionales. El problema con esa concepción del asunto es que en política ningún evento o coyuntura es igual a otro. Dicho de otra manera, para entrar, permanecer y ascender en política o regresar a ella, lo que importa es entender la singularidad (lo concreto) de la situación en la que nos encontramos, pues no bastan los antecedentes y la teoría (lo abstracto). Así, Berlin hace dos analogías más, también muy útiles: “Si conduzco un automóvil a una velocidad desenfrenada y llego a un puente de aspecto endeble y debo decidir si puede soportar el peso, es indudable que me sería útil algún conocimiento de los principios de la ingeniería. Pero aun así no tendré tiempo para detenerme a inspeccionar y calcular. Para que me sea útil en una crisis, el conocimiento debe haber dado lugar a una capacidad semi-instintiva, como la de leer sin estar consciente… de las reglas del lenguaje.” El mérito de los grandes gobernantes y estadistas, dice nuestro autor, no es que piensan en términos generales, sino que captan la combinación única de características que constituyen esa situación particular y eso no se aprende ni se estudia en ninguna universidad, maestría, curso, diplomado, taller o conferencia. De este modo, el buen juicio en política es pues, es un don, un instinto, que permite obtener una integración correcta de una infinidad de datos“abigarrados, evanescentes, siempre superpuestos… profusos… fugaces”. Berlin explicaque es un sentido de lo cualitativo más que de lo cuantitativo; lo que se podría denominar una sabiduría natural, comprensión imaginativa, discernimiento, capacidad de percepción o intuición; frente a virtudes tan opuestas como la erudición o la capacidad de razonamiento y de generalización. Esta cualidad es esa comprensión especial de la vida pública que muestran los políticos exitosos como Bismarck o Roosevelt, que sabían qué era lo que funcionaría y lo que no funcionaría y las interacciones y dependencias entre los componentes de tal o cual acto o decisión. Algo así como el conocimiento del escultor respecto de la arcilla o la piedra y el cincel, frente al dominio que tiene el físico respecto de las leyes de su disciplina.“…el don particular de usar su experiencia y la observación para adivinar con fortuna cómo resultarían las cosas…”sergioj@gonzalezmunoz.comTwitter: @sergio_jglezm







