TRAS BANDERAS: 10 AÑOS SIN PIPORROSERGIO J. GONZÁLEZ MUÑOZPara los norteños de a de veras, y no hay más norteños que los fronterizos, el 1° de septiembre es una fecha en la que, mientras la nota del día es el informe del Presidente, para nosotros es un día de luto.Ese día, en realidad, en lugar de conmemorar elfallecimiento, a los 81 años de edad, de Eulalio González, “El Piporro”, celebramos su vida y su obra y lo vemos como nuestro Pedro Infante particular. Con su desparpajo ante la vida, sus canciones, frases célebres y películas nos pintó de cuerpo entero y nos dio una identidad cultural regional que por igual nos acoraza contra el centralismo chilango que, con todo y su catolicismo guadalupano, nos agravia por no comprendernos, y nos blinda contra la acechanza gringa (que nos avasalla, a pesar su ética protestante weberiana).¿Cómo no desternillarse con sus improvisaciones entre verso y verso en casi todas sus canciones y en todos sus diálogos en las películas?  ¿A poco no son divertidísimas El Bracero del Año, El Rey Del Tomate y Torero Por Un Día? Se requiere vena y oficio para lograr lo que Eulalio alcanzaba con naturalidad y desenfado.Famosas son sus expresiones “muy atravesado”(impulsivo), “mal averiguado” (ignorante),  “pasaporteado” (emigrado), “tansinquehacerado”(ocioso) y tantas otras más, que a pesar de estar en español tienen significados cuasi secretos, casi como si fuera un idioma distinto, y que sólo entre norteños entendemos y compartimos y no precisamente al inicio de las tertulias, como usando una lengua iniciática que nos reafirma como distintos a los demás, en una suerte de logia regional con nuestros propios ritos, vestimenta y símbolos. Cuando les pregunto por él, mis amigos tamaulipecos y regios se arrebatan la palabra para contarme anécdotas divertidas, recitar refranes textualmente o de plano, según la hora, mal entonar ésta o aquella canción…Aquel día de 2003, de plano me le rajé a mi jefe Medina y me fui a mi casa. Mi esposa, extrañada de verme temprano, se preocupó. Al fin chilanga de catálogo, cuando recibió la noticia de la muerte del ídolo, no entendió la dimensión de la tragedia pero la muy ladina se aguantó la risa e hizo como si se solidarizara con mi pena por la pérdida irreparable, por lo que por esa ocasión no me puse “afrentoso”. Por la tarde encontré varios CDs y puse alguna que otra canción y me volví a reír como cuando era niño escuchándolo cantar El Taconazo, Ingrata Pérjida, Don Baldomero y La Cruda, mientras volvía a hojear su AUTOBIOGR…AJÚA Y ANECDO… TACONARIO, de 1999,prologado por el gran Germán Dehesa.Recordé que en el evento de presentación del libro, Dehesa hizo hincapié en el humor y la gracia de Piporro cuando trajo a colación su confusión infantil ante lo que es ser gracioso y estar en estado de gracia: »Pensaba que eran dos acepciones. Y tiene uno que llegar a 55 años y pasar por cardiólogos y urólogos para descubrir que es lo mismo».En el evento, Carlos Monsiváis dijo del texto:»describe perfectamente una etapa de la vida mexicana en la que se pensaba que era una sola nación, que nada era diverso, que todo era único y que con ir al teatro frívolo saciábamos nuestra sed de mexicanidad.»Del personaje, Monsi dijo: “Piporro nace y vive en el norte abandonado e ignorado por el centralismo, que protege o inventa su identidad acudiendo a un habla muy asentada todavía en los arcaísmos mexicanos, penetrada por fuerza por los anglicismos y compuesta por refranes, decenas de miles de comprimidos de la sabiduría comunitaria… Yo creo que desde la Edad Media nadie había inventado tantos refranes como él. Entre otros soportes, su humor requiere de la agilidad magnífica para, por así decirlo, improvisar la tradición».Piporro es un hallazgo fortuito pero indeleble de Eulalio González, explicó Monsiváis: »Se necesitaba un arquetipo para uso exclusivo de los norteños de México y, en el límite del barroquismo, un actor depura al personaje y lo convierte en arquetipo de una cultura fronteriza, un modo de ser mexicano en ambientes naturales, un regocijo nómada.» Antes de dormirme me asomé a los dos milímetros cúbicos que me dejaron de closet mis hijos y mi esposa. Buscaba yo mis sombreros tejanos, mis cinturones piteados y mis botas norteñas picudas de tacón cubano, que más que míos son herencia de mi padre y que, por cierto, debería usar más. Para mi tranquilidad ahí seguían, aunque mi esposa, al fin chilanguisísima insensible, quiera deshacerse de ellos cíclicamente (gente “batallosa” que nunca falta). Son mi recarga constante de “norteñidad” (la otredad septentrional, diría Matías Amador) y mi recordatorio también de que a pesar de ser todos mexicanos reunidos en un solo territorio, también somos muchas naciones en una sola república. El Piporro fue, por sí mismo, y a veces creo que sigue siendo, Presidente, estandarte y emblema de la nación norteña, esa que reside, fundamentalmente, del paralelo 28 hacia arriba. Cuándo mi jefe de entonces me preguntó que cómo había muerto el Piporro, le contesté: “Como los buenos, Javier. Dormido y en su cama”.Muchas gracias por todo, Lalo. Te extrañamos. sergioj@gonzalezmunoza.comTwitter: @sergioj_glezm