Una de las etapas más vulnerables en el desarrollo de las personas es la infancia. En México, los niños son blanco de innumerables problemas sociales: violencia, pobreza, desigualdad educativa… pero hay uno que se convierte cada vez más, en un lastre que cercena sus posibilidades de una mejor calidad de vida; me refiero a la obesidad.
Después de la inseguridad, la segunda causa de muerte en nuestro país es la obesidad. Es alarmante. 25 millones de personas la padecen y, anualmente mueren más de 200 mil con problemas relacionados a ésta epidemia. Somos el segundo lugar mundial en sobrepeso infantil, únicamente detrás del vecino del norte.
Quizá suena exagerado, y haya quienes pretendan minimizarlo cediendo la responsabilidad a las familias. Pero la realidad es que la obesidad es el segundo problema más grave en México.
Habrá quien diga que éste problema no es nuevo. Y tiene razón. Estudios recientes muestran que los últimos 30 años, en los niños mexicanos, esta enfermedad ha experimentado un preocupante crecimiento. Pero nada más hasta allí, todo queda en preocupación. ¿Treinta años y no se han implementado estrategias efectivas que combatan uno de los dos problemas más grandes en el país?
El primer blanco perfecto de culpabilidad siempre lo dirigen al sector educativo. El gobierno de Calderón dispuso algunas “estrategias.” Las escuelas públicas prohibieron la comida chatarra y se implementaron diversos programas de activación física, al tiempo que se lanzaron campañas en las que se invitó a las familias a inscribir a sus hijos en programas físicos. ¿Fue la solución? La realidad es que las precarias condiciones de algunas escuelas, no les permiten siquiera tener un lugar donde los alumnos adquieran alimentos. Y en los que sí las hay, el vendedor prefiere brindar un menú a base de comida instantánea, algunos dulces y alimentos inadecuados. En el último de los casos vende muy caro, y los niños se quedan sin comer. Un gran porcentaje de escuelas no cuentan con patios ni espacios en dónde ejercitar a los alumnos. Y, algunos no cuentan siquiera con fuentes de agua bebible.
Entre tanto, la obesidad sigue aquejando a nuestros niños. El problema es que éstos son los futuros ciudadanos. 8 de cada 10 niños obesos llegan a ser adultos obesos. Está claro que no es un problema educativo exclusivamente. Es un problema de salud pública. Mientras la bolita se siga pasando entre los principales actores políticos y educativos, la epidemia seguirá creciendo. Y trepidantemente.
Un país enfermo de obesidad es un país destinado al rezago social, laboral y de paso: educativo. Sí, es necesario transformar el sistema educativo con la finalidad de mejorar los hábitos alimenticios, pero con verdaderas políticas efectivas. Y aún más, se requiere de la participación de estrategias integrales, de índole social.
De acuerdo a la OMS, una estrategia de prevención integral podría evitar 55,000 muertes por enfermedades crónicas al año en nuestro país. Pero ¿Qué estrategia?
Sería interesante contar con comedores escolares, con diferentes opciones alimenticias. Despoblar de vendedores ambulantes las instituciones. Quizá, incluso, implementar en la currícula educativa una asignatura orientada a éste tema. En medio de cruzadas nacionales contra el hambre y reformas en “beneficio del país”, por allí esperamos alguna estrategia integral del gobierno que combata directa y efectivamente este problema. El país lo necesita.
Veremos y diremos.

EDGAR EDUARDO GARCÍA HERNÁNDEZ
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